Raúl Pino-Ichazo Terrazas
(Abogado, posgrado en Conciliación y Arbitraje, doctor honoris causa, docente universitario, escritor)
Se puede afirmar, siempre considerando la excepción que, la actitud de las mujeres frente a los celos es notoriamente madura. Los celos femeninos difieren de los engendran los hombres en su intensidad como consecuencia de su estructura sentimental y no tiene origen en la inseguridad.
La mayoría de los hombres imaginan situaciones y hasta hechos, llegando al paroxismo de admitir en el subconsciente que su pareja tiene relaciones íntimas con otro hombre; resultado de su fijación en el sexo que sumada a la imaginación, hacen concebir en su mente que la parcela de su compañera sentimental está siendo invadida por un extraño y la priorización que asigna el hombre al ámbito del comportamiento sexual de su compañera le genera una latente intranquilidad, solo y fundamentalmente por este tema, no por otros de competitividad profesional o de interrelacionamiento social.
Reiterando, no afloran celos por un eficiente desempeño en la actividad pertinente de la mujer o por su cimentada personalidad; esta eventualidad deja el hombre discurrir sin oponer quejas o molestias pues sus celos están centrados por el instinto sexual y es causa, aunque sea por agobio de la imaginación, a la tendencia de abandonar a las mujeres que les provocan celos frecuentemente; esto último, aunque triste, sería ideal, pues se desterraría a la violencia intrafamiliar que, actualmente, crece sin límite.
¿Son los celos un sentimiento sano o enfermizo?, esta duda se plantea cotidianamente y por lo que se extrae de criterios de especialistas, los celos controlados mejoran la estabilidad de una pareja. Con ello está muy lejos creer que esta aseveración sea producto de un saber verdadero e imparcial, pues sigue incólume y exacta la antigua verdad que solamente tenemos ojos y oídos para aquello que conocemos. El hombre, poniendo fin a un matrimonio por causa de celos creados por su imaginación se asemeja a aquel aficionado profano a la música que solo percibe la impresión del conjunto, en contraposición, la mujer asume las características de un músico profesional que oye en el acorde de la orquesta todo instrumento y cada nota.
Con la precitada actitud, la mujer, en la mayoría de los casos, salva su matrimonio pues desestructura la febril imaginación del hombre, en tanto y en cuanto este se reencuentre con la madurez y la inserción de confianza y paz en su espíritu. Esto demuestra irrefutablemente la longanimidad de la mujer, que es esa notable capacidad interna y de acción para afrontar circunstancias adversas.