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El empresario David Rockefeller, famoso por su inmensa fortuna y sus obras de caridad, murió este lunes a los 101 un años mientras dormía en su casa, según informó su vocero.
Nieto de John D. Rockefeller, cofundador de la petrolera Standard Oil, luego se convirtió en el administrado de los bienes del clan y jefe de una red de intereses familiares, tanto comerciales como filantrópicos.
El conocido banquero presidió durante años el Chase Manhattan Bank y fue fundador de la Comisión Trilateral, creada en 1973 y considerada una de las organizaciones privadas más influyentes del mundo. El reciente cálculo de la revista Forbes cifró su fortuna actual en USD 3.300 millones, lo que lo ubicó 581 de las personas más acaudaladas.
Se calcula que durante su vida se reunió con más de 200 mandatarios en más de 100 países, donde su llegada tenía prácticamente el protocolo de una visita de Estado. Sin embargo, nunca postuló ni buscó un cargo público.
Fue también un férreo defensor del capitalismo. «El capitalismo estadounidense ha traído más beneficios a más gente que cualquier otro sistema en cualquier otra parte del mundo en la historia. El problema es verificar que el sistema corra eficiente y honestamente», afirmó.
La niñez de David se desarrolló en su mansión de Tarrytown, en Westchester, en el estado de Nueva York. Como todos sus hermanos, sabía que pertenecía a una familia poderosa, distinta, y así fue educado, sin abandonar los principios tradicionales que tanto inculcó su abuelo.
Cada uno de ellos salió de su adolescencia con una vocación diferente, aunque todos sobresalieron. John III siguió los pasos de su padre en cuanto a personalidad y empuje empresario se refiere. Nelson, el segundo de la familia, fue un político reconocido que estuvo a punto de ser presidente de los Estados Unidos: perdió las internas republicanas con Richard Nixon. Sin embargo, lograría ser vicepresidente de Gerald Ford luego de que estallara el escándalo Watergate y su antiguo rival partidario debiera abandonar la Casa Blanca.
En su libro Memorias, publicado en el 2014, reconoció: «He tenido mucha suerte al vivir esta vida que me ha tocado y, sobre todo, comprender que las cualidades de cada persona como ser humano, la mayoría de las veces, no tienen nada que ver con el marco en el que la vida los ha colocado».
Fue doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Chicago y hombre entregado a las buenas causas, lo que lo ha hecho repetir en distintas ocasiones que le gustaría ser recordado, no por su fortuna, sino «por las cosas constructivas» que ha hecho por los demás.
Sus obras de caridad y otras actividades le valieron en 1998 la Medalla Presidencial de la Libertad, el galardón más alto que entregan los Estados Unidos.
Por su impulso y el de su hermano mayor, John III —entre otros—, fueron construidas las Torres Gemelas, que así se las apodó durante los primeros años de vida. La construcción fue una de sus pasiones. No sólo por el aporte artístico que ofrecían a su amada Nueva York, sino, también, por la ayuda que representaba para la generación de empleo y como techo para familias de bajos recursos.
Fue también presidente emérito del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), entidad creada por su madre junto a otras dos amigas (Lillie P. Bliss y Mary Quinn Sullivan). «Mi propio interés en el arte se debe a mi madre», reconoció el veterano multimillonario, que contaba con una de las colecciones de arte más importantes del planeta, con obras de Picasso, Cezanne y Matisse.
Entre las famosas personalidades a las que tuvo oportunidad de conocer, el magnate resaltó a dos, comenzando por el sudafricano Nelson Mandela: «Para mí uno de los mejores hombres del mundo y de los más respetados. Un individuo que sufrió la persecución, la cárcel y la humillación, y salió de ahí sin ningún resentimiento, dispuesto a dirigir el destino de su nación. En el otro extremo la respuesta es indudable: Adolf Hitler«.