Gonzalo Lema
Pese a los varios años transcurridos, aún recuerdo aquella mañana, de tráfico nutrido y bullicioso, con la indignación intacta. Una avenida central, el semáforo en rojo y una obediente vagoneta lujosa detenida mordiendo un tanto la cebra. De inmediato se abrió la puerta del volante y una bella mano blanca de mujer, de violentísimas uñas rojas y brillos dorados en los dedos, se afanó en la meticulosa tarea de vaciar su cenicero en la calzada. Ceniza, claro, pero también el celofán de la cajetilla y los amasados chicles duros, y secos, con los que se ayudaba a rumiar su estupidez sin límite y sin reversa.
Antes de cualquier reacción mía, arrancó en amarillo.
Es común que la basura vuele a su viento desde las ventanillas de los vehículos. Las bolsas de nylon y papel, las cáscaras frescas de cuanta fruta de temporada, y regulares escupitajos de los hombres viejos. Somos, para decirlo de buena manera, un verdadero asco. Si se huye de la ciudad, peor iniquidad se encuentra a lo largo de las carreteras. Nuestro mundo parece un enorme botadero.
Los patios se barren hacia las aceras, lo sabemos. Las aceras hacia la calzada. A los perros se los cría en la calle, de sol a sol, y nadie está libre ni por si acaso de resbalar en su marcha. Es común encontrarse con montones de basura en las esquinas y hay pueblos, va a costarles creerme, que tienen su paisaje absolutamente decorado de bolsas plásticas. Bolivia está a punto de sucumbir aplastada por la basura. ¿Qué Kafka lo hubiera imaginado?
Además de la maloliente y moscosa basura, está la que contamina a través de los ojos: la publicidad gigante en las calles, en las plazas, frente a los colegios (es más: un astuto director alquilaba la pared perimetral para la caja chica). No sólo eso: la misma alcaldía cruza sus trapos, pasacalles, de una acera a la otra, anunciando las ferias domingueras de comida. Y en esta ciudad, hay una calle tradicional echada a perder con pasacalles de tubos plantados en ambas aceras festejando (o esperando para festejar) las fiestas de fin de año. La contaminación del paisaje urbano es un verdadero hecho real, a ojos vista de las autoridades, en contra de su propio marco legal, y con la ciudadanía indiferente alzándose de hombros.
Los problemas se multiplican por falta de atención municipal. Como la basura debe levantarse de algún modo, y además en algún momento, por ejemplo las seis de la mañana, algunos de los camiones basureros inician su labor con un casete a todo volumen. No importa que la gente aún duerma. A modo de convocar a más vecinos presurosos con sus tachos de basura, tal cual sucedía hace un largo siglo, suben el volumen y los Kjarkas resuenan incluso entre las sábanas de todos. ¿A quién le importa? Esta noticia no ha llegado aún al oído del alcalde ni de la subalcaldesa. Seis de la mañana y el camión de la basura pasea por los barrios con su música a todo volumen, haciendo correr a los vecinos y derramando parte de su propia carga en cada curva. Es el absoluto irrespeto en el cual ya vivimos.
Es increíble que se desatienda un problema tan principal. La basura ha invadido exitosamente las calles, el paisaje urbano y rural, y la bulla en el aire, de madrugada (los camiones basureros) y en las noches con miles de parlantes, micrófonos y animadores. Pero aún así no alcanza la categoría de tema serio y esencial. Pese a todas las calamidades que genera, tenemos la sensación de que las autoridades consideran la basura un subtema. Algo así como secundario.
Pero es un tema fundamental. Corre a la par del agua, alcantarillado y aire limpio. Mi exigencia no se detiene, porque reclama paisaje urbano y rural limpio y aire limpio y sin bulla. Si bien las autoridades deben trabajar en ello, el problema lo generamos los ciudadanos en gran medida. ¿Por qué no decirnos la verdad? Así como todo lo esperamos de los jueces, ahora lo vamos a esperar de las autoridades municipales. Pero no es así: ayudemos a generar menos basura y a ponerla en su lugar. Bajemos el volumen siempre y exijamos que lo hagan los vecinos. Limpiemos el paisaje e intentemos, en lo posible con convicción, construir buenamente sociedad y ciudad.