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Max Murillo Mendoza

El presidente chino Xi Jinping, defendió a la globalización, por tanto al neoliberalismo. En su discurso del 17 de enero, frente al auditorio en Davos, Suiza, y al mundo defendió abiertamente al neoliberalismo, es decir al sistema capitalista. Deja con claridad meridiana que el comunismo de China es neoliberal y favorable a la globalización. Supongo que los teóricos del marxismo o los apologetas de los libros rojos sagrados están rayados, por lo menos confundidos. Los que creyeron que en China hay comunismo, tienen que desayunarse por boca del propio presidente de China, que no hay tan asunto. Sino algún invento raro de los mandarines milenarios, que en la ideología es comunista; pero que en la economía es abiertamente capitalista.

Precisamente cuando el gringo estúpido de Trump, quiere cerrar feudal y medievalmente a los Estados Unidos, los chinos ven la oportunidad de oro para vender su sistema comunista capitalista, como alternativa a los mercaderes norteamericanos. Además de intentar llenar el vacío del capitalismo gringo y tranquilizar a todas las oligarquías tercermundistas que estaban de miedo ante las ocurrencias de Trump. Así se consolida el sistema global capitalista, con oxígeno y dinero del comunismo capitalista chino.

Me imagino a los comunistas pro-chinos  del tercer mundo, confundidos y aturdidos de que los mandarines de China estén realizando una finta capitalista a su comunismo, pues la sobrevivencia y el peso del poderoso sistema les ha doblado nomás el codo para que muera el comunismo. Mao ya no está y pues los pragmáticos del partido optaron hace muchos años, para  convivir con el capitalismo salvaje. Es la historia de la mayoría de las revoluciones, que en manos de traidores y de hijitos de papi, como los mandarines en China, simplemente regresan a sus bases burguesas. De esa manera, como escenario global, China definitivamente deja para los recuerdos nostálgicos y los  teóricos de café pequeño burgueses lo que alguna vez fue la revolución China. Los poderes mundiales son los poderes mundiales, con sus propios intereses globales y mundiales, aquellos que conducen la llamada  historia. La ideología es para los pobres, para el deleite del circo romano, para las masas.

En realidad vivimos la época de la muerte del capitalismo de los Estados del bienestar, y la arremetida del capitalismo más salvaje posible, donde ya todo vale: todo lo turbio, sangriento, brutal y militarista. Y ese tipo de capitalismo necesita gente como Trump. Que pisoteen todo, que no respeten nada y sean nomás sanguinarios y fuera de toda consideración normal. Capitalismo salvaje que destruye todo a velocidades competitivas: cambio climático y muerte de la civilización humana. Las teorías absurdas del post-modernismo sólo han proporcionado alas y marcos teóricos, a la destrucción actual.

Ahora sabemos con precisión que no hay ninguna diferencia, ni teórica ni práctica, entre el comunismo y el capitalismo. Ambas religiones eran en realidad hermanos gemelos desde sus nacimientos. Hoy simplemente confirmamos las sospechas que venían desde el siglo XX. El presidente chino solo explicitó lo que era evidente; pero que siempre fue el disimulo y engaño de los teóricos, para consumo de masas o sindicatos que justifiquen los sueños de poder de las pequeñas burguesías a lo largo y ancho del mundo.

Las revoluciones ya han pasado de moda. Todas han muerto en el proceso, por traiciones y porque siempre fueron comandadas por gente de clases altas, que jamás han entendido de revoluciones sino de aventuras. Todos los grupos guerrilleros terminaron como narcotraficantes o secuestradores; olvidando las verdaderas razones y místicas de las revoluciones. Ahora hay que inventar otros modelos y procesos, mirando lo que nunca cambia: la existencia de pobres y miserables, que siguen y seguirán clamando algo de dignidad en este mundo. Y tiene sentido el saltar al vacío, inventar otro juego de ajedrez y otros sueños que sigan teniendo el sentido existencial para miles y miles de millones de pobres, de condenados de la tierra por un sistema cabrón, enajenante y que su principal misión es el desprecio por el humano mismo.

En Bolivia tendríamos que radicalizar nuestras miradas a nuestro pasado. A ese pasado que sí funcionó con Estados propios, territorios propios, naciones propias sin hambre, sin desnutridos, sin penurias existenciales. El presente fue una tragedia. Sigue siendo una tragedia de dimensiones capitalistas. Fracasos sistémicos y todavía considerados normales. Presentes indignantes donde el ser humano pierde hasta el sentido de la rebeldía y la gloria, para contentarse con migajas y miseria discursiva. Lo combativo y valeroso se ha quedado en el pasado, allá en la memoria larga de nuestros ancestros. De ese nacionalismo real y de raza pura como milenaria. Sí, ese pasado es lo único alternativo que nos queda ante el fracaso de todos los sistemas inventados para el disfrute de los mandarines actuales.

Ante los comunismos y capitalismos de un mismo sistema global, sólo nos queda retornar nuestras miradas a nuestro pasado glorioso, holístico y propio como genuino.

 

La Paz, 6 de febrero de 2017.