Noticias El Periódico Tarija

Franco Sampietro

No hay lugar común que no haya sido fatigado sobre el Muro de Berlín. Que era el símbolo de la Guerra Fría, del régimen estalinista, de la esclavización del hombre, de lo que era en verdad el comunismo, de la negación de la libertad, de la locura del poder, del acierto de la profecía de Orwell, ufff. Todo esto se volcaba positivamente sobre el otro bloque de esa guerra, que tenía dos: uno soviético (malo) y otro norteamericano (bueno).

El muro era la corporización de la célebre “cortina de hierro”, frase creada por el eminente Winston Churchill, cruzado de la democracia y hoy casi santo. Su frase completa, del 5 de marzo de 1.946, dice así: “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente una cortina de hierro. Tras ella se encuentran todas las capitales de de los antiguos Estados de Europa central y oriental”. La cortina se hizo visible con el Muro de Berlín, no se equivocaba.

Al Muro lo derrumbaron el 9 de noviembre de 1.989. Tenía cincuenta kilómetros de largo y cuatro de alto, y es posible ver en internet imágenes de alemanes fervorosos con picos, palas y martillos destrozando ese símbolo de la esclavitud humana. Y es que ese día empezaba el neoliberalismo. Ese día los ideólogos de la libertad de mercado afirmaban que la caída del Muro es “la toma de la Bastilla de nuestro tiempo”. Ese día el capitalismo da una vuelta de tuerca: pasa oficialmente de la producción industrial a la especulación financiera. Ese día el capitalismo se desboca.

El capitalismo había ganado la batalla contra el comunismo. Ahora había que ir a fondo. Atacar con todas las tropas. Perseguir a los vencidos y aniquilarlos. Acabar con los últimos vestigios. Y es así como nos arrojan, ese mismo año, al Consenso de Washington, que en la redacción original, a cargo de un tal John Williamson, implicaba diez reformas para los países de América latina. Las reformas son harto conocidas, pues delinearon, no los destinos de nuestro crecimiento, sino los de nuestro fracaso.

Son las medidas que aplicaron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que por medio de las mismas monitorearon nuestros ejercicios fiscales, nuestras políticas impositivas, nuestro tipo de cambio, nuestro comercio internacional, la entrada jubilosa y sin control de las inversiones extranjeras, todo coronado por las privatizaciones y por todo tipo de desregulación posible. Algo que implicaba la ausencia del Estado nacional, ya que el Estado era el ente maldecido por el Consenso de Washington  basándose en la experiencia de los totalitarismos estatales del siglo XX y sus parejas experiencias socialistas.

Para redondear, hoy asistimos al completo fracaso de esas medidas y al mismo tiempo a los torpes manotazos con que intentan regresar. Y acaso lo consigan, porque esos manotazos son antes que nada agresiones que vehicula el poder mediático y que tienen la brutalidad y efectividad de un -por dar un sólo ejemplo- Vargas Llosa, que lleva ese catecismo en el bolsillo y lo repite a lo largo y ancho de este mundo avalado por su reputación literaria, cuyo Premio Nobel (que le dieron por buen alumno) lo hizo todavía más fuerte. Y sin embargo, el mundo que han construido se tambalea. Tienen que amurallarse en sus feudos. Porque la tragedia de los opulentos de este siglo es que la nueva “barbarie” –la de los inmigrantes ilegales- se les arroja encima, y no precisamente con buenos modales, sino con la furia que da la desesperación, el hambre, la pobreza extrema que sólo sabe dibujar un horizonte para unos pocos.

No paramos de leer noticias sobre las decenas de miles de extranjeros sin papeles que los países de Europa expulsan cada mes. Entre tanto, el pantagruélico Donald Trump (de quien el mundo espera con ansias no sea más que un payaso y no el nazi demente que aparenta) promete hacer construir un muro que separe a su Glorioso Imperio de Rapiña del pobre México, haciéndole pagar ese muro a los mismos pobres, para más inri. ¡Hasta el tonto (pero astuto) Mauricio Macri amenaza con un muro que separe a la pobre (pero pretenciosa) Argentina de la pobre Bolivia!.

¿Dejará, así, de haber inmigración?, por el contrario: seguramente se incremente mientras se incrementen los riesgos, la discriminación, el odio y la pobreza. Porque, en efecto, la sociedad humana de hoy es una de miedo que no cesa de construir muros, no de Berlín sino de todas partes. El que pretende hacerle pagar a los propios mexicanos Trump –acorde al personaje- apenas si será, acaso, el más grotesco. Porque la desigualdad es el alma de los diez puntos del señor Williamson; la discriminación, el espíritu del neoliberalismo que maneja al mundo. El mucho para pocos y poco para muchos.

El capitalismo del siglo XXI es necesariamente xenófobo. Las sociedades opulentas, las que ocupan la centralidad del sistema que se dice global, sólo pueden generar riqueza en su propio territorio. Dejan de lado, aisladas, a las sociedades del hambre, cuyos habitantes invaden el centro. Son capaces de morir en el intento (y de hecho, mueren), pero no dejarán de asaltar la centralidad, donde podrían trabajar, comer, criar hijos: vivir, en suma. Y eso genera a los gobiernos de la derecha extrema –fascista- estilo Trump: dispuestos, también, a ejercer la dureza extrema.

Por eso, el muro se reproduce no sólo de un país a otro, sino dentro del mismo país, de la misma región, del mismo barrio. La derecha reacciona como sabe, como siempre lo hace a lo largo y ancho del planeta: no da trabajo, reprime. La única arma contra la inseguridad es el salario digno. Pero el neoliberalismo, por su propia dinámica, crea una sociedad de ricos muy ricos y pobres muy pobres. Los primeros crean muros para protegerse de los segundos, y piden al Estado que los proteja de los pobres, reprimiéndolos. En sociedades donde no hay suficiente trabajo, no habrá nunca seguridad. Esto se sabe, pero no se puede hacer nada. A menos que cambie el sistema.

Asistimos, así, a una suerte de reformulación de la Edad Media. Protagonizamos un tipo de salto atrás de la Historia.  De modo que cuando acabe el más alto muro del mundo, ese que el Tea Party gringo piensa hacer construir entre México y Estados Unidos, sería bueno subir a la cima y poner un trozo del celebrado muro de Berlín, con un cartel que diga: “Miren el mundo de libertad, igualdad, fraternidad que hemos construido”.