Noticias El Periódico Tarija

Raúl Pino-Ichazo Terrazas
(Docente universitario, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, Doctor Honoris Causa, Escritor)

El extraordinario pensador  alemán  Goethe afirmaba “ Lo que heredaste de tus antepasados  conquístalo para poseerlo”, una sentencia muy apropiada para comprender que desde hace muchos siglos acaece que el individuo antes de sentir la necesidad de filosofar encuentra la filosofía  como ocupación publica constituida y mantenida, es decir, que las mujeres y hombres son  solicitados para ocuparse de ella por razones inauténticas, que significa lo que tiene de profesión alimenta  a los que la difunden o enseñan; lo que tiene de prestigio u otros motivos más puros pero que tampoco son auténticos. La prueba que esos motivos  son inauténticos están en que todos suponen la filosofía ya hecha.

Los profesionales, mujeres y hombres, aprenden y cultivan esa filosofía que ya está ahí; al aficionado le gusta porque  la observa  ya hecha y su figura  lograda le atrae. Esto puede ser superlativamente pernicioso porque se  asume el riesgo de encontrarse sumergido, casi rutinariamente, en una ocupación cuyo íntimo y radical sentido no se tuvo tiempo  ni ocasión de descubrir.

Sucede, en casi todas las ocupaciones humanas  que por estar ahí, las mujeres y hombres suelen adoptarlas mecánicamente y hasta entregar su vida a ellas sin que jamás  se tome contacto verdadero con su radical realidad. Por lo contrario, el filósofo autentico que filosofa por intima necesidad no parte desde una filosofía ya hecha sino que se encuentra  desde luego elaborando la suya, hasta el punto de que es su síntoma  más cierto verle rebotar de toda filosofía que está ahí, negarla y retirarse a la terrible  soledad de su propio filosofar. Cuando uno enseña una materia en  la universidad, cualquiera que sea, para producir la extensión de la misma, debe filosofar, para encontrar la realidad en la profundidad donde descubrirá nuevos elementos de comprensión y análisis que generaran una evolución constante  de los conocimientos de la materia, separándose constantemente de los programas preestablecidos y que se enseñan  mecánicamente, produciendo el desasosiego en el estudiante y el estatismo académico en el catedrático.

Por ello el preciso combinar el aprendizaje y la absorción de la filosofía  socialmente constituida  y recomendada  con un perenne esfuerzo  por reconsiderar y hasta negar   lo existente y volver a comenzar, lo que significa  repristinar (volver la origen), la situación en que la filosofía  se originó.

Aquellos primeros filósofos  que en absoluto  hicieron la filosofía  porque en absoluto no la había, que, en rigor, no llegaron a estructurar una filosofía  sino que meramente  la iniciaron son el auténtico profesor  de filosofía  a que es preciso llegar perforando  o penetrando el cuerpo de todos los profesores de filosofía  subsecuentes o de los vienen después. Imagine el estudiante la calidad académica y el ejercicio de  saber pensar que recibe de un catedrático formado a través de este proceso de la filosofía y ¿porqué de la filosofía?, porque sencillamente la filosofía es la madre de todas las ciencias y como reza una de sus definiciones es el amor al saber  o el conjunto de reflexiones profundas sobre los principios fundamentales del conocimiento, y quien enseña debe comprender que ese amor al saber debe plasmarse en la aplicación constante del filosofar sobre la materia que enseña enfrentando su radical realidad como se actúa usualmente en las universidades rusas de convenio con ALAR. Este proceso es el que reviste de la calidad de apostolado a la sagrada función de enseñar con indeclinable responsabilidad académica, buscando siempre la verdad en la profundidad, descubriendo nuevas verdades y los argumentos convincentes para transmitir al estudiante la habilidad de saber hacer en su materia, decidir y pensar en su profesión.