Max Murillo Mendoza
En Marruecos (Marrakech) todavía se realiza la cumbre sobre el cambio climático (COP 22), como corolario de los Acuerdos de París. Acuerdos que definieron posibles apoyos económicos, desde los países industriales culpables de la contaminación ambiental a gran escala, como reposiciones históricas hacia los países más vulnerables del planeta. Probablemente sean limosnas a gran escala; como sentimiento de culpabilidad después de casi dos siglos de capitalismo salvaje, disimulado como modelos de desarrollo y desarrollismo, o progreso desenfrenado de consumismo derrochador e insostenible, que son los sentidos últimos del modelo occidental de desarrollo.
El consumo y derroche es la fórmula ideal del actual modelo. Mientras más se compre y se consuma, más se alimenta al monstruo del progreso, al monstruo del modelo. No existe otro paradigma distinto a gran escala, como el impuesto a sangre y fuego desde el occidente capitalista y destructor. Ese modelo de consumo y compra desenfrenada, alimentada por los combustibles fósiles como el carbón y el petróleo, sigue siendo el paradigma absoluto de progreso y desarrollo, que ha destruido todo lo que encontró a su paso como el mito de Atila, incluido a todas las ideologías de izquierda, convirtiéndolas en consumistas empedernidas como en China o Vietnam. En el paradigma actual de desarrollo todo se vende y todo se compra: prostituyendo hasta la ética y la moral como los últimos eslabones de la hipocresía filosófica del pensamiento corroído del hombre moderno o post-moderno. Lo terrible de sus resultados y sus saldos es la destrucción del hábitat humano, animal y vegetal. Nada se ha salvado de esas vorágines consumistas y destructivas del modelo, todo se ha destruido al grado de ser ahora irreversible.
Todos los días la ideología del modelo sigue alimentando la tragedia del consumismo, los medios de incomunicación se encargan de adorar al dios consumo, al dios desarrollo, al dios progreso y al dios de la destrucción. Se compra hasta la ideología. Se prostituye hasta los propios dioses. El mercado es el agujero negro infinito que se traga inmensos bosques, mares, ríos y montañas, hasta su desaparición misma. La inconsciencia mundial ha convertido incluso a los campesinos más pobres en destructores de su propia naturaleza, porque destruir para vender y consumir es la consigna más sangrienta en contra de selvas, ríos y bosques que necesitaron miles y millones de años para producirse. La voraz modernidad sólo necesitó dos siglos para destruirlo, quizás definitivamente.
El grado de cinismo de los países capitalistas ricos, y los comunistas ricos, es que no desean reconocer dicha destrucción. Las chimeneas de la industrialización siguen vomitando miles de millones de toneladas de contaminantes substancias, sin que les importen sus resultados mundiales: sequías, inundaciones y calamidades inesperadas como la desaparición de lagos y lagunas por todo el mundo. Los desechos de esas industrias, que van directamente al mar o los ríos más importantes del mundo, también están destruyendo aceleradamente todos los ecosistemas precisamente de los mares y ríos. Las alertas que se dan desde hace 20 años, a nadie parecen interesarles, porque los intereses comerciales y consumistas son más importantes que la vida misma. Ese es el extremo del pensamiento moderno: progresar a costa de la vida misma. El suicidio colectivo es la consigna del modelo de desarrollo. Los miles de millones de pobres los sacrificados de siempre, los insumos de las teorías hipócritas del modelo, para digerir cadáveres en los conceptos de los científicos de café.
Pues sí, el llamado cambio climático reúne otra vez a los más ilustres del planeta, para las fotos de recuerdos y de rigor, para los hoteles de lujo y el turismo de lujo. Para los discursos del recuerdo y de la pinta pequeño burguesa, para el desahogo teórico y funcional de la coyuntura. Porque nada radical pasará en favor de la vida y el medio ambiente, nada cambiará sino como promesas desarrollistas y modernas, es decir sin sustancia ni efecto inmediato al menos para paliar los brutales efectos de la industrialización y el capitalismo salvaje. Mientras estos ilustres iluminados se reúnen en Marruecos haciendo turismo de lujo, miles de millones de seres humanos pasan sed, hambre y desequilibrios medio ambientales que destruyen su hábitat y alimentos naturales. Los compromisos son para las calendas griegas, porque los negocios y el modelo son lo más importante, más importante que la vida misma.
Los Estados modernos, hijos del capitalismo moderno, ya no tienen sentido. Ese invento institucional que fue resultado de la primera revolución industrial, agoniza junto a la brutalidad de su modelo desarrollista y consumista, destructor de la naturaleza. Sus burócratas por eso se resisten a morir, a realizarse el harakiri por justicia. Y disimulan inventando teorías y modelos para seguirle dando aire y oxígeno al capitalismo salvaje: sostenibles, economías verdes y todos los engaños posibles para no destruir al modelo. Porque quizás sea hora, en todo el mundo, de destruir al Estado moderno que ya cumplió su ciclo y hoy sólo trae destrucción y sufrimiento a sus poblaciones. Porque el cambio climático es global, entonces las soluciones tienen que ser globales.
Nuestros Dioses milenarios nos exigen muerte al capitalismo salvaje, y a todas sus ideologías de la muerte como son sus teorías desarrollistas y consumistas.
La Paz, 20 de noviembre de 2016.