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Nayú Ale deLeyton

El pueblo de Israel esperaba un jefe, un guía, un maestro, esperaba al hombre de la esperanza, esperaba un salvador.

Tenía que ser descendiente del rey David que había dado consistencia civíl al pueblo hebreo y al mismo tiempo le había hecho tomar conciencia de su vocación religiosa.

Esperaba al mesías, a un rey.

Mesías es el hombre consagrado por Dios, el sacerdote, el rey, el profeta, el “Siervo de Dios, el Hijo de Hombre, aquél en el que se concentraba el sentido de la ¡salvación!, la victoria de la nación y de la humanidad.

La fantasía había jugado mucho en torno al concepto de esta figura misteriosa, prodigiosa. El evangelio nos narra, que cuándo Jesús comenzó a predicar el Reino de Dios, se difundió la opinión, que luego se convirtió en certeza, de que Jesús era el Mesías. Y Jesús que nunca había querido rodearse de gloria, quería proclamar el reino de Dios y no un reino terrestre y político, acabó presentándose humilde pero claramente como el verdadero mesías; y a pesar de la obstinada oposición de las autoridades judías, fue aclamado por el pueblo “Honsanab ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!” (Mat.21-5,10).

Jesús es el  rey, es el rey de reyes, el Señor del cielo y de la tierra y El lo afirma, cuándo comparece ante Pilatos y le preguntó “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús contestó “Tu los has dicho”. (Mat.27-11,12)

Sabemos que Jesús es rey, pero El quiere reinar en el corazón del hombre, su reinado es sobre todo un reinado de amor y de misericordia, es un rey paciente que toca las puertas de nuestra conciencia y de nuestro corazón para reinar en nosotros, pero muchos no tenemos espacio para El, porque  nuestro corazón y nuestra mente están ocupados con la seducción del poder, del dinero, de la vanidad y del egoísmo, que no nos permite dar paso a su presencia, estamos demasiado aferrados a nuestra sociedad de consumo, nuestro único interés es el de alcanzar cada día mas bienes materiales, porque ponemos nuestra esperanza y anhelos de felicidad en lo que nos puede brindar el dinero, y el hombre cada día busca la felicidad por caminos errados, dándose a los excesos del alcohol y de la droga . ¡Pero que desencanto! Nunca encontrará la felicidad tan ansiada por esos caminos, sino por el camino que nos conduce hacia Cristo que es el rey del universo y debe reinar en cada uno de sus hijos, los hombres.

Para esto debemos dar el paso hacia delante con valentía y llevar a nuestro cristianismo de rutina y pasivo a un cristianismo consciente y activo. El paso de un cristianismo individual y disgregado a un cristianismo comunitario y asociado.

El paso de un cristianismo indiferente e insensible a las necesidades ajenas y a los deberes sociales, a un cristianismo fraterno y comprometido a favor de los más débiles y de los más necesitados, solo así haremos que Jesús reine en nuestros corazones, en nuestros hogares y en el mundo entero.