Winston Estremadoiro
Hace poco fuimos honrados, ¿o deshonrados?, porque el vertedero de K’ara K’ara, en la “Llajta” está entre los 11 ejemplos mundiales de una deficiente gestión de residuos. Pocos días después, los vecinos del vertedero volvieron a sus habituales chantajes de traslado, aflojando sus reclamos con parches que postergan sin solucionar. La “Llajta Bendita” acumula así distinciones que nublan sus atributos: ¿de qué sirve ‘la clima’ si un par de ladrilleros y cien mil cacharros la hacen una de las urbes más contaminadas del planeta? Con el agua escasa, los peces muriendo y las aves de la Laguna Alalay migrando, ¿será que con el turril de agua a precio exorbitante acceden por lo menos al “baño polaco” –patas, entrepierna y sobaco- miles de nuevos ‘cochalas’ de la zona sud?
Santa Cruz de la Sierra está en vías de convertirse en Santa Cruz de la Pestilencia, “a raíz de los montones de basura putrefacta que se acumula, pues los recoge-basura no abastecen…”, comentan. Se unirá a Trinidad, a la que llaman Puchilandia por sus desechos que desaguan en canales abiertos a las calles; su arroyo San Juan, que debería ser un hermoso espejo de agua emblemático de la ciudad, se secará de residuos, tarope y cianobacterias, tal vez porque los mandamases no conocen la diferencia entre la sedimentación en sus compuertas taponeadas y el “jane” (borra) de la chicha dulce.
Sin embargo, si de usos alternativos se trata, ¿qué tal eso que llamamos basura? Cuando tenía 8 millones de habitantes, la capital federal de México generaba 79 millones de toneladas de ella. Han optado por cerrar su principal vertedero: convertir la basura en una planta de energía que generará gas metano para 35.000 hogares. Los 200 millones de dólares que costaría la planta se compensan con la venta de energía. Juntando la basura del Eje Central –Santa Cruz, Cochabamba, El Alto y La Paz, más Oruro y las conurbaciones aledañas- pudiéramos llegar a la mitad. Pero ese no es el tiro.
La basura en sí es una cornucopia de riqueza. Sin ahondar mucho en el tema, se disciernen seis tipos de reciclaje, la idea central. Idealmente, esos residuos se almacenan en colores diferentes: papel y cartón (azul), plásticos y latas (amarillo), vidrio (verde), materiales peligrosos (rojo), materia orgánica (anaranjado), y el resto de materiales (gris). Cuando no hay recipientes que diferencien entre orgánicos y el resto de residuos, todos se aglomeran en recipientes grises. Para generar los recipientes adecuados que se repartirían a los vecinos a precios razonables, ¡cóbrenles a las empresas que generan o usan los residuos!
El papel y cartón al elefante blanco de la fábrica de papel en Villa Tunari, región depredada de su vegetación primaria y el chume restante, ambos inapropiados para celulosa. El plástico a las recicladoras, previamente cobrando un impuesto departamental a fábricas de bolsas y botellas plásticas (y a “caseras” comodonas que todo lo embolsan en plástico, y a clientes hasta acostumbrarles, de nuevo, a las bolsas de tela). Vendan el vidrio a las recicladoras. Dispongan adecuadamente de residuos peligrosos. Los residuos orgánicos combinados con el molle-guano y el “chaka”-guano (caca de hormigas), mezclados con turba y tierra vegetal, serían un abono poderoso: ¿por qué no usar la tierra negra de dragar la Angostura, la Alalay y otros espejos de agua en la que otrora era una “pampa de lagunas”? Entierren los restos de materiales, que en una decena de años generarán metano para energizar nuevos barrios en proximidades de la planta recicladora. ¡Con carácter previo, censen a los actuales residentes de K’ara K’ara!, y asegúrense que por 5 generaciones no harán negociados de lotes y casas vecinos a un vertedero y una planta recicladora.
El tema tiene dos aspectos: uno es la mentalidad recicladora, algo que no tiene la gente. Métanle dientes a la educación, escasa que es en la ciudadanía. Es un proceso que ya está calando en la gente, tal vez con desesperante lentitud. “Usted”, me decía Doña Juanita, la tendera de la esquina, “es el único que trae bolsa de tela al comprar pan”. Que por resolución municipal se cobren veinte centavos por bolsa plástica y verán qué pasa, digo yo. El otro aspecto es una planta de reciclaje, cuya tecnología no es cosa de otro mundo. Los políticos soslayarían la calidad y solo verían la magnitud de la “coimisión” en una obra que a mayor precio, mayor tajada. Más aún, una planta de reciclaje no es tan rentable en votos de la plebe como cien canchitas de césped sintético.
Disculpen por reiterarlo, pero el problema es la cultura de la corrupción en los políticos que la ejercen y la gente que la socapa, tal vez porque la mayoría sacamos una tajadita de ella. Una autoridad que arremeta contra vendedoras corre el albur de la intendenta de Cochabamba, en la chirona por afrontar a una multimillonaria del “comerciantado”. Una planta de reciclaje, colocar tuberías de agua “con futuro”, o limpiar y tratar las aguas del río Rocha o del arroyo San Juan, son inversiones que se adjudican al menor proponente, hasta que la “coimisión” deteriora su calidad. ¿Es o no es verdad?, diría mi amigo el padre José Gramunt de Moragas.