Sergio Reyes Canedo
(Posgrado Derecho Constitucional)
34 AÑOS de Democracia, y todavía se mantienen actitudes y mentalidades destructivas de su espíritu y valor.
La retórica discursiva es siempre un parámetro que permite medir la salud del “animo democrático colectivo”. La consistencia del valor público que genera o deja de generar las instituciones formales del estado, es también, un dato fundamental que permite reflejar la «salud» del Estado Democrático.
Comparto la opinión generalizada, que la Democracia como sistema, es una conquista progresiva de valorización institucional y renovación de las actitudes de quienes toman la posta del ejercicio temporal del poder estatal.
Una síntesis de noticias políticas de los últimos 10 años, recogidos por los principales medios escritos del país, resalta la metástasis que enferma el sistema político contemporáneo todavía.
Y aún que este es un mal presente en casi toda la clase política desde el inicio de nuestra democracia populista, es patente la devaluación de la «estatalidad» y el mensaje político.
Bolivia, enfrenta una severa crisis institucional: El sistema de Justicia alcanza niveles de descrédito y desconfianza mayores que en la época neo-liberal. La presencia del Estado en términos territoriales, no logrado que la mayoría de los municipios rurales no «expulsen» sus habitantes a las ciudades.
Los enfrentamientos de la sociedad civil con las fuerzas del orden, de consecuencias dramáticas, siguen siendo parte de la escena política boliviana.
El debate se distancia de los ideales que consagra la constitución para aterrizar en un esgrima coyunturalista, virulento, comparable metafóricamente con un deporte de contacto hasta el punto, que el déficit de decencia, siembra la sensación de que algo anda muy mal en nuestra democracia.
Hay que tomar en cuenta que nuestra sociedad no es inmune a la angustia y la frustración; estados psicológicos que promueven el consecuente despojo de las responsabilidades ciudadanas en el sostén del sistema democrático.
En el intercambio de opiniones, cada vez se acepta menos la crítica y se culpa más al “otro”. Las etiquetas de “derecha” e “izquierda” polarizan las contradicciones y favorecen el aislacionismo partidario.
A esta fecha, la virtud de intermediación de la gran mayoría de líderes políticos entre la sociedad gobernada y el resultado concreto ha desaparecido; muestra clara que el personalismo caudillista sigue entusiasmando los lideratos.
Mi conclusión es que la democracia que aún tenemos, no es la democracia que necesitamos. Una fotografía del presente nos mostraría un conciliábulo malvado disputando tierra infértil entre facciones irreconciliables y odios tribales.
Ante este difuso retrato de la realidad democrática pienso que el sentimiento cívico que hemos demostrado en innumerables ocasiones, puede rescatar una filosofía anclada en la tolerancia y el bien común.
Es urgente recrear la democracia, no desde el punto de vista de afectación al poder derivado de la voluntad popular, sino como un imperativo moral sujeta a valores y principios inmutables que se demuestran en el ejercicio leal a los valores democráticos.
Es hora de sanar esta fisura, devolviendo el verdadero contenido al debate nacional, retomando la importancia de una institucionalidad estatal saludable, lejos del poder omnímodo, replantear nuestra visión autonómica, fortalecer la institución familiar y volver a mirar los fundamentos del desarrollo humano. Estos son los temas que deberían en el fondo ocupar nuestro esfuerzo.
Finalmente quiero anotar, que el padecimiento del subdesarrollo esta ligado a la calidad del estado y el debate político; por tanto; rescatarlo, es una asignatura pendiente en Bolivia.