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Gonzalo Mendieta

Luis Ossio fue profesor de Derecho Minero y dejó la cátedra para candidatear como Vice de Banzer en 1989. Su candidatura fulminó la alicaída impronta “progre” que el Partido Demócrata Cristiano (PDC) difundía como humanismo cristiano en la izquierdizada universidad.

La Democracia Cristiana Revolucionaria (DC-R) devenida en el MIR, ya le había amputado antes al PDC su ala zurda y bisoña. Y el flirteo del PDC con los militares se había dado en 1978, cuando llevó de candidato al general barrientista René Bernal, un orureño de Caracollo. Fue un ensayo que cosechó votos, el de una cara “popular” contraria a Banzer. Con éste el PDC -irónicamente- pactó en 1989 y jugó su última carta seria. Los enredos constitucionales permitían que el Parlamento votara separadamente por presidente y vice, si no había vencedor con mayoría absoluta electoral. Y no lo hubo. Así, el MIR de Jaime Paz y el PDC de Ossio, se reencontraron en 1989 por su acuerdo con Banzer.

Figuras del PDC como Benjamín Miguel o Remo Di Natale, también profesores universitarios, sufrieron exilio en la dictadura de Banzer. Pero en 1989 regía el costo/beneficio liberal, predecesor de la misma escuela utilitaria, ahora plurinacional. Di Natale, por ejemplo, no tuvo estómago para aliarse a Banzer; fundó un taxi-partido y terminó fugazmente en CONDEPA, dando fin a su carrera. Es que la consistencia política es como la justicia: “una casta señora que vive en un lupanar”. Al país le gustan más el éxito, los saltos al vacío, la intrepidez, o, a veces, la desfachatez.

Pese a la ductilidad del PDC, Ossio fue un político sobrio y honorable. No he visto que se rememore por qué fue una carta vicepresidencial ideal para Banzer. Ossio era diputado y sus colegas resolvieron aumentarse el sueldo a fines de los años 80, época de ajuste de cinturones. El repudio fue atronador. Y Ossio renunció, digno y elogiado, a su diputación en rechazo al incremento salarial.

Por lo menos yo, sin inclinación al PDC, compartí el orgullo de que el Dr. Ossio, catedrático de mi facultad, procediera así. Lo recuerdo esos días, bajando unas gradas -¿acompañado de Dulfredo Rúa?-, lozano y animado por el eco de su dimisión. Su talante discreto y decente persistió en la vicepresidencia, aunque ese gobierno tuviera ejemplos de lo contrario.

Sin el vuelo de Luis Ossio, David Padilla fue un militar modesto. Destacó por llevar al poder, en 1978, al sector “institucionalista” de las Fuerzas Armadas, distinto del futuro garcíamesismo y adverso al banzerismo. En esa época, distanciarse de los duros en el Ejército debió ser difícil. Padilla impulsó una apertura inversa a los rigores de otros de sus camaradas.

Para no recaer en los ensalzamientos fúnebres, es cierto que miembros del gobierno de Padilla quedaron con el mote de los “Karachipampa”, por ese elefante blanco (seguramente venal) en Potosí. Pero el expresidente no corresponde -aunque las memorias que escribió sean algo pueriles- a la alforja de García Meza y los suyos. Padilla pasó sus años postreros en una silla de ruedas, sin juicios, recogido en condiciones económicas sencillas, conservando su aire militar provinciano, benigno y sin ostentaciones, como Ossio.

Cuando Torrelio tomó la presidencia en 1981, un lambiscón comenzó a vivar a “Padilla”. Y no, no era por el retorno del expresidente al Palacio. Es que Torrelio era también chuquisaqueño, de la provincia “Padilla”. Como la Iglesia, las Fuerzas Armadas fueron un medio de ascenso -no siempre para bien- de los que no provenían de las élites citadinas. Ossio Sanjinés, abogado potosino, y Padilla Arancibia, militar chuqui, fueron respetables en su relativa medianía. No dejaron la moderación y el ánimo de una Bolivia casi pueblerina, poco entregada a la vanidad, actitud que se extraña. Más ahora, en el apogeo de los pendencieros de alcornoque, que adoran la petulancia del poder como ejemplo; el de una excéntrica mezcla de las formas del pretorianismo, de derecha e izquierda, adobada con narcisismo partisano y maneras de potentados. Pucha.