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Uno de los mayores problemas, en este momento, es la subida de precios de los alimentos. Recordemos que Bolivia ha vivido, o mejor dicho sufrido, dos procesos inflacionarios dramáticos. El primero, en el gobierno del  MNR, como resultado del desajuste de la producción agrícola, parte del proceso de Reforma Agraria de 1953, y el segundo entre los años 1982 al 1985, el duro y nefasto período de la UDP.


Nuestro énfasis, en esta columna Editorial, será en relación a la producción agropecuaria.

La producción de las pequeñas propiedades de la parte andina e interandina, aunque deriva una buena proporción de ella al mercado, está grandemente orientada hacia la propia subsistencia familiar.

Lamentablemente, se mantiene en un nivel tecnológico rudimentario con bajos niveles de productividad, su capacidad de respuesta para contribuir a soluciones de un aumento en la producción es, por lo anterior, muy lenta.

La producción del oriente boliviano, particularmente, el área “integrada” de Santa Cruz, debido al modelo de tenencia de tierra, con disponibilidad de superficies cultivables más amplias, mecanización y gradual mejora tecnológica, sobre todo en semillas, tiene mejores niveles de productividad y, por tanto, su aporte a la provisión de alimentos al país es substancial.

Lamentablemente, en los últimos años los fenómenos naturales y las sequias de este 2016, le han causado serios daños en el proceso de producción, es fuertemente dependiente de insumos importados y del subsidio gubernamental del diesel. En consecuencia, su producción ha caído, sus costos se han elevado, como se han elevado los precios agrícolas en casi todo el mundo.

Las importaciones subsidiadas contribuyen a dañar aún más este importante aparato productivo, constituido además en un 70% por pequeños agricultores, procedentes en un elevado porcentaje de la parte andina del país.

¿Qué hacer? Como política nacional, preservar los avances que se han logrado en la diversificación productiva nacional. Invertir en infraestructura vial, apoyar a agricultores pequeños, medianos y grandes, con libertad de precios y créditos, con un período de gracia de un par de años, que les permita recuperarse de las enormes pérdidas sufridas por “causas naturales”.

El Ministerio de Agricultura, en lugar de convertirse en un despacho que apoya las importaciones, debería otorgar un fuerte respaldo a las fundaciones agrícolas nacionales y regionales, para que sigan contribuyendo al avance científico en el cual se habían alcanzado logros interesantes, tanto en la parte andina como oriental del país. De no ser así, lo que se avecinaría, son enormes colas y angustia para conseguir algún tipo de alimentos, tal como se vivió en los dos duros procesos inflacionarios, citados líneas arriba, que “castigaron” duramente al pueblo boliviano.