Noticias El Periódico Tarija

Max Murillo Mendoza

 Estos días recibieron los tradicionales y prestigiosos premios nobeles los países de siempre, un japonés en medicina y tres ingleses, que viven y trabajan en Estados Unidos, en física. Seguro que completarán la lista los norteamericanos, alemanes y otros se colarán de algún país rico del norte. Noticias que pasan y no son novedad sino para curiosos y analistas especializados en educación; pero que encierran realidades y estructuras profundas, económicas, sociales, de oportunidades y temas en políticas de Estado por todo el mundo. El mundo en todo caso ha sido diseñado, estructurado a la manera de las visiones de los países dueños de la modernidad, de sus patentes más importantes. El conocimiento occidental es el insumo más importante en este ordenamiento moderno, y para bien o para mal seguimos con ese tradicional ordenamiento mundial desde principios del siglo XIX.

Por supuesto que no podemos competirles ni por asomo a semejantes inversiones, billonarias, en ciencia e investigación de aquellos países que desde siempre saben que el conocimiento es el poder más importante. Además son los dueños de todas las revoluciones industriales, desde el siglo XVIII, hasta de las presentes: cibernética, robótica, física cuántica, bio-robótica, genética. Son a todas luces los dueños de todas las patentes en alta investigación, industrias sofisticadas en todas las ramas posibles. Y eso quiere decir que sus sistemas educativos tienen que responder a esas realidades, exigencias y apuestas de altísimo nivel en las investigaciones y los procesos de formación de su personal. Procesos que requieren y necesitan políticas de Estado sólidas, a largo plazo, políticas de Estado con inversiones económicas, con entrenamiento de personal altamente capacitado, con personal a largo plazo sin que sean cambiados por ningún gobierno de paso. Condiciones sine qua non para garantizar un mínimo de sostenibilidad, en los desafíos estructurales más importantes de cualquier país.

 En Bolivia, no es ninguna lamentación para la imitación, ni siquiera nos hemos aproximado a la primera revolución industrial del siglo XVIII, es decir  ni siquiera fundimos hierro. Nuestras condiciones económicas e industriales son nomás del llamado tercer mundo: dependemos en todo de lo que viene del norte industrializado. Hasta de sus ideas. Por tanto, las condiciones y realidades de los sistemas educativos responden a esa incapacidad estructural para generar algo nuestro, propio y económicamente rentable en el largo plazo. Entrando al siglo XXI seguimos debatiendo para construir un sistema educativo al menos moderno, al menos productivo, al menos que eduque medianamente a sus poblaciones. Que responda en definitiva a nuestras propias lógicas económicas y sociales. Seguimos en esos dilemas que hace siglos ya han resuelto los países industriales y con creces. La inutilidad de las clases altas y medias, a lo largo de estos siglos republicanos, para construir Estado e instituciones sostenibles como exigentes sólo han demostrado lo que en realidad son en sí mismos: sin proyectos de clases, de Estado ni Nación.

 En estos últimos años se han realizado esfuerzos por resolver estos asuntos educativos, como estructura, complejos y realmente muy difíciles de enfrentarlos. Pero las enfermedades mentales de antaño son muy influyentes: centralismo, burocracia brutal, politización de todo, corporativismo sindical irracional, y por supuesto “revolución” absoluta. La maquinaria mental de la inercia por la mediocridad y el peguismo como costumbre, sigue contaminando y matando a las iniciativas por realmente transformar y cambiar las cosas vigentes. El Estado es ineficiente monstruosamente para absorber experiencias educativas, que han funcionado exitosamente en muchas regiones del país, dando resultados incluso impresionantes académicamente, como productivamente e incluso industrialmente. Ahí su inutilidad en transformar esas experiencias en políticas de Estado, pues nos confirman las realidades profundas del Estado: no tiene imaginarios de Estado. Ese monstruo institucional se encarga de matar y engullir en sus fauces, a todas las experiencias de la sociedad civil en educación. En teoría el Estado tiene la obligación de asumir, digerir y traducir en políticas de Estado todo lo exitoso de nuestras poblaciones a lo largo del país; pero pues no hemos llegado a eso ni en nuestros mejores sueños.

 Así, los desafíos educativos siguen siendo las calendas griegas, el mito de Sísifo que se reinventan cada ciclos políticos cambiantes para que no mejoren ni cambien en sus profundas estructuras institucionales, sociales ni políticas. Los resultados son nomás los mismos de siempre. Sobrevivencias estructurales y mentales, de inercias poderosas desde hace siglos, de costumbres sociales como complicidades colectivas, para no cambiar en  nada. Siempre se hace algo, porque hay que justificar etapas y ejecuciones presupuestarias, siempre hay algo por hacer en semejantes realidades. Quizás la melancolía y la nostalgia por los cambios muevan sentimientos positivos. Pero nada cambia radicalmente, nada se modifica como acciones y revolucionarios resultados en la productividad, en las industrias, en la generación de oportunidades económicas, más desafiantes y prometedoras en el largo plazo.

 Hoy miles de compatriotas altamente calificados siguen nomás el camino de la migración, el camino del emprendimiento científico y económico fuera de nuestro país. Ese dolor de exportación a la fuerza de lo mejor que tenemos como mentes, como creatividad y sueños, se los llevan precisamente esos países dueños de las patentes y la investigación. A nadie le interesa este desangro social y colectivo, porque es parte de las costumbres mentales de la esclavitud y la inercia. La dureza de las condiciones en los emprendimientos, que se mutilan en las fauces brutales de la burocracia, en las mentalidades que no pueden entender lo que es la creatividad y el emprendimiento, pues acostumbran a nuestras poblaciones a ver la migración como normal, como una costumbre más de nuestros dolorosos procesos sociales.

 Los premios nobeles tienen lo suyo: incentivos de alto nivel a los servicios académicos y científicos. Nosotros también tenemos lo nuestro: inercia y costumbres republicanas bien asumidas, para no cambiar nada y seguir con los ritos de las revoluciones perdidas, de inercia social y económica.

La Paz, 4 de octubre de 2016.