Noticias El Periódico Tarija

Marcelo Ostria Trigo

 “Juan Manuel Santos cosechó un estruendoso fracaso. Pese al uso abusivo de los recursos del Estado para promover el Sí y el apoyo de la inmensa mayoría de los medios de comunicación y de la comunidad  internacional…”

Salud Hernández-Mora | El Mundo | Madrid, España, 03.10.2016)

         Muy poco después de conocerse que en el plebiscito colombiano del 2 de octubre había triunfado el no al acuerdo firmado por el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC),  el presidente Juan Manuel Santos, rodeado de sus colaboradores y de los negociadores del acuerdo, se dirigió a sus compatriotas afirmando que no se cansaría de buscar la paz y que enviaba a La Habana a los negociadores para explorar nuevos términos de un futuro acuerdo; claro, también auspiciado por él.

         Reveló, asimismo, que se propone, en esta nueva etapa, considerar las iniciativas de todos los sectores de su país. No se refirió a las objeciones, ni al por qué no tuvo antes el cuidado de recabar la opinión de quienes objetaban la negociación —no a la paz. Se advirtió, por el tono y la falta de explicaciones, un cierto dejo de soberbia y de un tardío lucimiento personal; ya se decía que sería propuesto para recibir el premio Nobel de la Paz; esto ya es impensable.

         En verdad el presidente en su búsqueda de aplauso y para pasar a la historia necesitaba a alguien con prestigio y sabiduría. Por ello, eligió como negociador a un esclarecido colombiano: Humberto de la Calle, a quien se recuerda por su valiosa contribución, como representante de Colombia ante la Organización de los Estados Americanos, en la formulación de la Carta Democrática Interamericana. Fue él quien propuso, por ejemplo, una frase feliz que encabeza la Carta: “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”.

         Pero no se sabe bien qué de bueno consiguió Humberto de la Calle en la larga y compleja negociación con las FARC, puesto que en el acuerdo de casi trecientas páginas, sólo hay concesiones desmedidas en favor de la guerrilla. Pero lamentarse es como la levantar la leche derramada. Ahora, a comenzar de nuevo. Las pautas están dadas; no concesiones ilegales a un grupo violento y también ilegal. No a otorgar a los guerrilleros curules parlamentarios sin ser elegidos por el pueblo, no a la impunidad por los crímenes cometidos, no a la entrega de territorios a su administración, no a la despenalización del narcotráfico; en fin, no a los incomprensibles beneficios a quienes sembraron tanto dolor y muerte.

         Muy pronto, los cabecillas de las FARC, han expresado que siguen dispuestos a lograr la paz. Saben bien que el panorama ha cambiado, que el pueblo colombiano les exige que, para lograr la paz, tienen que aceptar lo términos de un acuerdo que se encuadre a la ley y a la práctica democrática. Saben los comandantes de los alzados que volver a la guerra sería demencial y que los condenaría aún más. Deben saber también que el entusiasmo del castrismo que acogió las negociaciones en La Habana, no cayó bien a nadie. Los colombianos tampoco desean los males del populismo venezolano, que tanto acogió a los guerrilleros.

         Por todo esto, y por más, fue el no ciudadano al acuerdo concertado en Cuba; pero también fue el sí a la paz auténtica.

         Queda por ver si el presidente Santos conserva legitimidad para corregir sustancialmente el acuerdo concertado en la Cuba de los Castro;  acuerdo que tanto defendió y que fue derrotado. En otro contexto, se habría esperado la renuncia del Jefe de Estado.