Este es el mensaje que puso en juego la campaña por el NO a los acuerdos Santos-FARC y que resultó triunfante en el plebiscito.
Contra viento y marea, contra una abrumadora desigualdad de recursos, contra magnificentes shows publicitarios, contra la opinión de figuras y entidades internacionales, contra la voz del Papa usada a última hora cuando se sintieron perdidos, contra la apabullante y descarada publicidad oficial que impidió dar garantías y trato igual a los del NO, contra el chantaje a gobernadores y alcaldes con partidas presupuestales a cambio del sí, contra la sucia campaña que nos calificó de guerreristas y belicistas a los del NO, contra el uso y el abuso de dineros públicos, contra las mil y un promesas de última hora que hicieron por todas partes prometiendo el país de Jauja, contra un mamotreto ilegible por farragoso, contra el chantaje de una pavorosa guerra que sobrevendría en caso de ganar el NO, contra la idea de que el NO significaba el fin de las conversaciones y el levantamiento de la mesa, contra esas y otras predicciones de mal agüero, los colombianos tuvieron la entereza y el coraje de no dejarse amilanar y sacaron a relucir la dignidad que, no obstante el dolor y las humillaciones sufridas, aún les queda.
Bien, por fuera de los insultos de los extremistas y dogmáticos que se niegan a reconocer la derrota, nos corresponde decir, como siempre lo hemos sostenido, que lo que debe venir no es el retorno a las hostilidades ni el fin del cese multilateral, ni siquiera se exigía que el presidente Santos renunciara tal como lo había dicho en entrevista con la cadena inglesa BBC en marzo pasado en caso de triunfar el NO.
Los del NO a los acuerdos queremos ser escuchados de verdad, ser tenidos en cuenta de modo serio en las conversaciones de paz que se adelantan con las FARC en el entendido de que solo un gran acuerdo político de las fuerzas institucionales puede dar validez, credibilidad y sostenibilidad a las mismas y a las que se puedan y deban realizar con el ELN y otros grupos armados al margen de la ley.
Queremos la paz como también la desea ese 49.76 por ciento de quienes votaron por el SÍ, pero hemos hecho, al margen de la publicidad confrontacional, una serie de observaciones que deben ser tenidas en cuenta para que el proceso tenga bases más firmes.
Hay que decirlo, ojalá para que no se vuelva a repetir, que en este tipo de eventos democráticos y de cara a problemas trascendentales para la sociedad, no es deseable que los grandes medios asuman posiciones sesgadas en labor informativa, que los demás órganos del poder republicano se dejen utilizar o mancillar y que las grandes encuestadoras no cedan a las presiones del gobierno de turno pues el resultado de ayer las deja mal paradas en su prestigio. Sus previsiones fueron equivocadas en materia grave.
Tampoco es deseable que se ponga en riesgo la institucionalidad y se manipule hasta el descaro la condición de detentadores del poder Ejecutivo y que se continúe haciendo alarde de esa funesta práctica de viciar el ejercicio de la política con dádivas y canonjías. La «mermelada» tiene que ser desterrada de nuestras prácticas políticas.
Quiero insistir, habiendo escuchado el ambivalente discurso del presidente y sin haber oído las palabras del indudable líder del NO, el expresidente Uribe, en que no habrá, como afirmó acertadamente el exvicepresidente Francisco Santos, una actitud triunfalista.
Nobleza obliga a buscar nuevos entendimientos, así sea a través de terceros, para recomponer el camino. Los amigos dogmáticos del sí a toda costa, deben recapacitar, dejar de echarle combustible al fuego, ser consecuentes con su idea de reconciliación y colaborar para que se logre ese gran acuerdo nacional por la paz. Se requiere de los malos perdedores sindéresis y madurez en vez de esa palabrería insultante e injuriosa.
Quiero interpretar la voz de los victoriosos del NO, no como la invitación a que siga la guerra sino a que las guerillas y demás organizaciones armadas ilegales entiendan que un acuerdo de paz no puede hacerse a expensas de márgenes permisibles de impunidad ni en contra de más de la mitad del país. Estoy seguro de que esas serán las directrices de los dirigentes del Centro Democrático y de otras fuerzas y personalidades que apostaron a hacer recambios en las negociaciones de paz.