Luis Fernando Ortiz Daza
Terrible el llanto de la niña raptada, esa niña pequeña, la de todos. La que sale de casa y no vuelve más. Pobre la joven que abandona su hogar por trabajo, porque no le alcanza para el estudio. Pobre mujer ya madura que ha sufrido la violencia en todas sus formas hasta prostituirse. Siempre es ella la que sufre, la mujer. Mujer boliviana, paraguaya, mejicana, argentina o venezolana. La trata no tiene fronteras, no necesita visa ni pasaporte. Necesita de hombres.
Hombres machos y bien puestos que evocan a faraones, dioses que construyen sus propias tumbas para perpetuarse en la corrupción. Gente como uno que deja hacer, deja pasar hasta que nos toca, es una de las nuestras, es nuestra hija, hermana o madre la que puede estar allí.
Estos días hemos sido testigos de la demolición de nuestras conciencias con la demolición de la discoteca prostíbulo Katanas, pero eso pasa. A pesar de nosotros mismos mañana será otro día, pues hay miles de prostíbulos en todo el país, hay miles de mujeres raptadas, que viven en espacios pequeñísimos, que son obligadas al consumo de drogas y alcohol, hay pasajes secretos, pasadizos que como en la pirámides de Egipto es imposible encontrar el camino de salida para las mujeres y sirve de escape y refugio para autoridades políticas y judiciales.
¿Qué es la trata?
Se entiende por trata el comercio de personas con fines ilícitos de explotación, ya sea para trabajos forzados que forman parte de economías sumergidas como el trabajo doméstico impuesto, el tráfico de órganos o para ejercer la prostitución en contra de su voluntad en condiciones de esclavitud.
La explotación sexual es el principal destino de la trata con un 87% de los casos, de los cuales el 90% son mujeres. La ONU calcula que 4 millones de mujeres y 2 millones de niñas y niños son reclutadas cada año para ejercer la prostitución de lo que resulta que 1 de cada 3 personas prostituidas son niñas o adolescentes.
La mujer no ejerce la mal llamada profesión más antigua del mundo por voluntad propia o porque le gusta, la mujer pasa por etapas difíciles para llegar a ser prostituta, su preparación empieza así:
Es llevada con engaños para trabajar, o raptada. La mujer empieza su calvario cuando es drogada y violada por su proxeneta, es tarde cuando la chica se da cuenta, pues viene lo ¿peor?, se pone en marcha la maquinaria entretejida de connivencia, terror e indiferencia de todos los personajes con los que se topa para que empiece a pagar la deuda contraída mediante la prostitución.
Vienen violaciones en serio hasta quebrar la autoestima de la mujer, la tortura y la privación de alimentos, la mujer siente asco y vergüenza de sí misma y es incapaz ya de pedir auxilio, de querer volver a casa.
Existe un papel cómplice tanto de las autoridades del país como del entramado empresarial en el que la prostitución se sigue erigiendo como una de las formas de socialización entre aquellos hombres para quienes terminar la noche ‘en un club’ pone la guinda del pastel a las salidas nocturnas de diversión masculinas. La explotación sexual es la cosificación del cuerpo para el uso y el placer del hombre.
Hace falta un estudio de la media de consumo de la prostitución en Bolivia, en Europa ronda el 20%, es decir, que 20 de cada 100 hombres recurre a este servicio que está regulado por la oferta y la demanda, en nuestro medio se sabe que la iniciación del sexo sobre todo en una anterior generación se la hace en prostíbulos.
Descartadas todas las formas de conseguir ayuda tanto del exterior como del interior del local, empieza la fase de aniquilación de las últimas resistencias, la mujer sufre palizas, hambre, frío, sed, aislamiento e incomunicación para minar cualquier atisbo de rebeldía. Aquí se trata de ceder o morir.
Desorientada y debilitada físicamente, al igual que les ocurre a las víctimas de tortura o a los prisioneros de guerra, en este punto sólo es necesario rozar levemente el frágil velo emocional que envuelve su identidad para romperlo y separarla de su autoestima para siempre. Con estudiada táctica y premeditación, los dueños del prostíbulo activan el sentimiento de culpa y de vergüenza de las chicas. La transformación está hecha. La antigua mujer ya no existe y la nueva persona que ocupa su cuerpo ya les pertenece.
Es decir, nos pertenece, son nuestros objetos. Pagamos por sus cuerpos y hacemos turismo por sus sentimientos. Es hora de hacer algo, cortando la cabeza del faraón de Katanas se ha dado un miserable paso. Se ha aprovechado para hacer política precisamente por quienes pagan por tener sexo. Se está usando este símbolo de la trata y tráfico para obtener ventajas, para posicionarse en el imaginario colectivo y continuar con un liderazgo superfluo y nada efectivo.
Quisiéramos todos y sobre todo todas que acabe este flagelo y crimen de lesa humanidad, que desde el gobierno, desde el poder judicial se intervengan todos los lenocinios, que sin necesidad de denuncia se actúe con celeridad para liberar a estas mujeres esclavas. Que se clausuren y demuelan todos los locales donde apenas haya indicios de trata y tráfico como se ha producido con este caso. Solo así podremos creer que este no ha sido más que un saludo a la bandera y espacio de propaganda para los proxenetas de la justicia y la política.