Noticias El Periódico Tarija

Daniel Muchnik

 Se repite constantemente que los debates de los candidatos a presidente no deciden las elecciones, que no ayudan a ganar. Pero sí las pueden hacer perder. Y ponen como ejemplo la dureza de como se plantearon las cosas en la polémica presidencial entre Richard Nixon y John F. Kennedy, a fines de la década de los 50, cuando la televisión era en blanco y negro y el aire acondicionado no funcionaba como uno quisiera.

Porque la traspiración abundante que se reflejó en el rostro de Nixon que las cámaras enfocaron demostró que de entrada ya era un hombre derrotado. Que no tenía con qué vencer a un hombre rico, arrogante, seguro, adorado por las mujeres. No hubo grandes entreveros ideológicos entre los dos.

 Anoche Hilary Clinton y Donald Trump, en el primero de tres debates que se trasmitirán, mostraron las evidencias que Estados Unidos es una nación en dificultades económicas, estatales, estratégicas y humanas. Bastante complicadas. Que se le han caído las plumas al águila imperial denunciada siempre como «la policía del mundo», la «principal potencia».

 Los dos candidatos quieren llegar a la Casa Blanca en un momento de desigualdad social aguda, de alta concentración de la riqueza (1 por ciento de la población tiene tantos activos como el 99 por ciento restante) más la ausencia de rumbo. Desde la crisis del 2007/2008 los bancos pudieron sobrevivir con la ayuda estatal y por eso volvieron a renacer después de haber cometido flagrantes ilegalidades. Los que cometieron esas estafas de los bonos basura fueron echados pero regresaron felices a sus casas con compensaciones de 300 y hasta 400 millones de dólares cada uno. Paralelamente los partidos demócrata y republicano se parecen cada vez más en ciertas propuestas, con la excepción del Tea Party, conservadores extremistas para quienes los impuestos y un Estado tonto no sirven.

 Este lunes 26 por la noche se iluminaron diferencias importantes entre los dos candidatos. Clinton le habló a los ciudadanos «entendidos», a la clase política, a los que piensan. Utilizó en bastantes oportunidades un lenguaje dificultoso para el ciudadano común y no pudo ocultar sus gestos de soberbia. Donald Trump se manejó con desplantes de machista seguro y empresario triunfador que no se doblega. Esa pose les encanta a los fracasados y desencantados. Pero su lenguaje, sus propuestas, le llegan en demasía a los blancos que están desocupados, desorientados, resentidos contra el Estado, contra los políticos, contra los inmigrantes, racistas y nostálgicos de una nación imperial fuerte como la que vivieron de chicos y la desean de vuelta. Votos que son importantes a la hora de los recuentos. Trump sabe que ese público tiene un alto grado de odio contra una producción importada. Es gente que odia a China, que no distingue entre asiáticos, porque para ellos son todos iguales.

 Clinton sería la continuidad de un sistema ya conocido. En ese esquema asoma una buena política, sensata y prudente. Trump es lo nuevo pero con decisiones que harían tirar abajo el tablero estratégico internacional en peligro permanente. Con propuestas que los norteamericanos disminuídos aplaudirían: ¿ por qué tenemos que cuidar militarmente a los surcoreanos y a los japoneses? ¿por qué no empujar a China contra la pared para que le tape la boca al líder de Corea del Norte y corte sus caprichos? Todo el dinero que eso cuesta podría ser invertido en los Estados Unidos. Pero esa ruta, se sabe de antemano, llevaría a más conflictos serios.

 Se demostró que ni Clinton ni Trump tienen soluciones claras para encrucijadas dificilísimas como el papel de Estados Unidos antes los ejércitos del califato, o las promesas de Irán, o las tensiones en el Medio Oriente. O incluso para el interior de Estados Unidos: la actuación de sus policías, los focos de importantes conflictos raciales, del permiso o prohibición de comprar y usar armas de guerra porque la Constitución original, la de granjeros que podían ser agredidos militarmente les permitía su tenencia.

 Habrá que esperar a los nuevos debates. Pero el lunes a la noche los candidatos mostraron esencialmente lo que son. Mintieron en algunos puntos, sin duda, pero para los cien millones de personas que los estaban viendo y escuchando se quitaron algunas máscaras. Sirvió este encuentro, todos los debates sirven. De ahora en adelante hay que ver quien de los dos moviliza y atrae a los que nunca votan -el voto no es obligatorio en los Estados Unidos-, a los desengañados y los que guardan volver, con ceguera, a los años felices. Ya no se puede volver a ese pasado.