Víctor Codina S.J.
En Bolivia hemos vivido recientemente un largo y trágico enfrentamiento entre cooperativistas mineros y las fuerzas del gobierno, con heridos y víctimas mortales en ambos lados. Pero, lamentablemente, lo sucedido en Bolivia no es excepción. Hay víctimas del narcotráfico en México, víctimas de las maras en Centroamérica, víctimas de Sendero en Perú, de las FARC en Colombia, indígenas masacrados en Brasil por defender su territorio frente a las multinacionales… Añadamos las víctimas de la explotación laboral, del machismo, de la violencia sexual, del racismo, de la trata de personas, de la homofobia, del acoso del bullyng escolar…
Y si alargamos la mirada más allá, escucharemos el clamor de las víctimas de las guerras del Medio Oriente y del yahadismo fundamentalista islámico, de los emigrantes y refugiados que mueren en el Mediterráneo y a los que se les cierran las fronteras europeas.
Y si miramos hacia atrás, contemplaremos las víctimas de las dos guerras mundiales, de los campos de concentración nazis, del Gulag soviético, de las dictaduras latinoamericanas…
Ante este sombrío panorama la tentación es caer en un pesimismo nihilista, devolver el billete de la vida como Iván Karamazov o pensar que, como en el mito de Sísifo, estamos condenados a empujar una piedra enorme cuesta arriba, pero antes de alcanzar la cima, la piedra rueda hasta abajo y hay que comenzar de nuevo una y otra vez.
¿Podemos imaginar a Sísifo feliz? ¿Hay alguna señal de esperanza?
En esta situación, la postura más humana y noble sería denunciar las causas personales y estructurales de esta violencia, decir un ¡basta ya!, un ¡nunca más! y afirmar que otro mundo es posible.
La tradición judeo-cristiana nos puede ofrecer luz y un horizonte de sentido. La sangre de Abel clama al cielo, el clamor de los israelitas en Egipto llega hasta Yahvé que convoca a Moisés para que libere al pueblo, Yahvé se compadece de los exiliados en Asiria y Babilonia y los hace regresar a su tierra, a Yahvé se le conmueven las entrañas ante los mártires macabeos y ofrece al pueblo de Israel la esperanza de la resurrección.
Hay algo más. Jesús de Nazaret no solo se compadece de las víctimas de su tiempo y se solidariza con ellas, sino que él mismo es víctima del fanatismo religioso judío (sacerdotes, escribas y fariseos) y de los intereses políticos del Imperio romano (Herodes y Pilato). Pero el Padre escucha el clamor de Jesús en la cruz y lo resucita. Jesús resucitado es esperanza para todos los crucificados de la historia, el verdugo no triunfará perpetuamente de la víctima. Pero no solo hay resurrección de los muertos, sino que el Espíritu del Señor crucificado-resucitado nos impulsa a construir un mundo diferente, una nueva tierra, revertir la historia en dirección al Reino de Dios, sin odio, venganza, ni violencia, donde reinen la justicia, el diálogo, el respeto a los diferentes, la no violencia, la paz.
Convirtámonos de enemigos en hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo Padre, compartamos los bienes de la tierra, respetemos la naturaleza, transformemos los muros en puentes, como dice Francisco. Hay esperanza si escuchamos el clamor de las víctimas, porque a través de ellas nos habla el Señor.