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(INFOBAE) En los casi 4 mil millones de años de historia de la vida en la Tierra, se han dado cinco mega extinciones, verdaderos momentos bisagra para el planeta en los que buena parte de los seres vivos desaparecieron de un momento a otro por diversos cataclismos. Ahora, según todos los datos recopilados por la ciencia, la civilización humana está provocando una nueva extinción masiva: el humano está jugando el papel del meteorito que borró del planeta a los dinosaurios, pero en el océano.

«Ahora mismo estamos decidiendo, casi sin querer, qué caminos evolutivos permanecerán abiertos y cuáles quedarán cerrados para siempre. Ninguna otra criatura había hecho esto jamás, y será, por desgracia, nuestro legado más perdurable», sentenció la periodista Elizabeth Kolbert en el libro que le valió el premio Pulitzer en 2015, La sexta extinción.

Los humanos son los culpables de la agonía de numerosas especies marinas y, según explica Kolbert, están eligiendo los seres acuáticos que al desaparecer dejarán de evolucionar en el futuro. A este ritmo, los grandes animales que poblarán los mares dentro de millones de años no serán descendientes de las actuales ballenas, tiburones y atunes porque estarán muertos para siempre. Lo preocupante además es que del mismo modo que la desaparición de los dinosaurios dejó un vació que tardó eras en llenarse por los mamíferos, es incierto que podrá pasar en los océanos después de arrasarlos.

«La eliminación selectiva de los animales más grandes en los océanos modernos, sin precedentes en la historia de la vida animal, puede alterar los ecosistemas durante millones de años», concluyó un estudio de la Universidad de Stanford publicado en la revista Science. El trabajo muestra cómo esta sexta extinción está ensañada con los seres acuáticos de mayor tamaño. Un patrón que con mucha seguridad para los investigadores se debe a la pesca: cuanto más grande es el animal marino, más probable es que se extinga.

Según explicó al diario El País de España el paleobiólogo y principal autor de este estudio, Jonathan Payne, el nivel de perturbación ecológica causada por una gran extinción depende del porcentaje de especies que se extinguen y de la selección de grupos de especies que se eliminan: «En el caso de los océanos modernos, la amenaza preferente por los de mayor tamaño podría resultar en un evento de extinción con un gran impacto ecológico debido a que los animales grandes tienden a desempeñar un papel importante en el ciclo de nutrientes y en las interacciones de la red alimentaria».

Los escenarios más pesimistas predicen una extinción del 24 al 40 por ciento de los géneros de vertebrados y moluscos marinos. El cálculo más trágico entonces es comparable a la extinción masiva del final del Cretácico, más conocido como el período de desaparición de los dinosaurios, según explican en Science.

Para este análisis océanico exhaustivo, el equipo de Stanford analizó a fondo el patrón de desaparición de 2500 especies en los últimos millones de años. Hasta el momento, el tamaño de los animales marinos no había sido un factor determinante en anteriores cataclismos, pero últimamente sí se da una correlación notable. Para los investigadores, es «evidente» que se debe a la forma de consumir ecosistemas propia del ser humano: ya habría ocurrido con la extinción de los mamuts y está sucediendo ahora con la pesca. Es decir que cada vez que el humano ingresa en un ecosistema, primero acaba con las piezas mayores y a medida que escasean va agotando el resto de recursos de menor entidad.

Los investigadores advierten que la eliminación de estos animales en la parte superior de la cadena alimenticia podría perturbar el resto de la ecología de los océanos de manera significativa para potencialmente millones de años siguientes. «Sin un cambio dramático en el rumbo actual de la gestión de los mares, nuestro análisis sugiere que los océanos sufrirán una extinción masiva de suficiente intensidad y selectividad ecológica como para incluirse entre las grandes extinciones», según el estudio.

Payne, sin embargo, rescató que la visión positiva de su hallazgo es que las especies amenazadas aún pueden salvarse de la extinción con políticas de gestión eficaces y medidas a largo plazo contra los impactos del calentamiento climático y la acidificación de los océanos. «Podemos evitar ese camino; con una gestión adecuada, sería posible salvar a muchas de estas especies de la extinción», concluyó.