Max Murillo Mendoza
Lo conocí allá a mediados de los años 70 del anterior siglo, en la experiencia Juan 23 de Cochabamba, donde vivía el compañero como le decíamos. Un barbudo flaco trabajando en la chanchera y enseñando en las aulas, sociología minera a los mayores del internado. Eran épocas de la dictadura militar del general alemán Banzer. Muchos meses después en ese año 76, nos enteramos que se trataba de un alto dirigente minero, oculto en esas instalaciones del internado Juan 23 gracias a los jesuitas de aquella época: padre Basiana y padre Pica. La clandestinidad jugaba muchas facetas interesantes, probablemente esta era una de las más interesantes donde la iglesia aportaba sus espacios, para reducir la tragedia de la clandestinidad y la peligrosidad que eso suponía. Changos como éramos, niños, estábamos conscientes de la dictadura porque muchos de nuestros padres: mineros y campesinos la estaban pasando mal, sobre todo los dirigentes. Respirábamos la agresividad de la dictadura.
Con los años la familiaridad del compañero fue tornándose en cariño y folklor, siempre fue un personaje pintoresco, particular, a veces agresivo en sus demandas y enseñanzas, con un lenguaje también extremadamente particular, que duraría años y años en las charlas de los alumnos como recuerdo del compañero. Varios de sus alumnos fueron también discípulos políticos fuera de aquella experiencia. En la reapertura democrática, 1.978, el compañero abandona la experiencia Juan 23 para sumarse a los esfuerzos de todo el país, y abrir otros procesos políticos en aquellas complejidades sociales de unas realidades torturadas, masacradas, condenadas a las prohibición de pensar distinto, y arrinconadas a las pobrezas materiales más inhumanas. Por aquellas épocas muchos de sus alumnos eran sus militantes en la Vanguardia Obrera, radicales, soñadores y dispuestos a entregar la vida misma por aquellas utopías. Lo que vendrá después será la tragedia griega en varios capítulos; pero esa es otra historia.
Como dirigente de la COB en los años 80 era el más brillante, pues tenemos que reconocerlo. Fue de los pocos ideólogos ilustres que tuvo la dirigencia obrera minera, con ideas que ni siquiera los intelectuales de las oligarquías de izquierda se atrevían a pensar. Los documentos de la época pueden testimoniar esta afirmación. Sus conversiones de troskista a cobista, en aquellas épocas, fue por demás coherente y brillante. Compartimos algunos de sus cumpleaños en su casita humilde por el cruce Taquiña en Cochabamba. Después del fracaso de la izquierda tradicional señorial y la muerte de la COB del 52, en los años 85 y 86, el flaco Filipo empezó a sondear en los movimientos campesinos e indígenas. Fue también uno de los operadores políticos más importantes, así hizo entrismo en lo después será el MAS. Empezó a acullicar coca y cambiar de discurso político, lo encontré con esas posiciones rurales en varios talleres del Chapare tropical, y como socio importante de las oficinas de la plaza Busch de Cochabamba.
Su legado es importante como una parte fundamental del movimiento obrero minero boliviano, en su trayectoria sindical de testigo directo de acontecimientos trágicos y triunfantes de ese movimiento. Como dirigente de base y dirigente de las cúpulas obreras, como diputado y senador en esos laberintos de la política tradicional criolla y plurinacional después. Como testigo de esos oscuros contubernios de la política, de sus dimensiones en términos de lenguajes opacos y siempre monstruosos. Vivió a su manera, desde las realidades que le empujaron a actuar y ser como fue en sus prácticas y discursos.
Escribió también como era casi lógico, pues más tiempo fue un obrero intelectual. Su testimonio de un militante obrero ya es un clásico. Los otros textos tienen sus peculiaridades y visiones muy personales; no siempre coherentes y claras. Sobre todo sus visiones de la experiencia Juan 23, que a pesar de su cercanía y vivencia paradójicamente muestra sus profundos desconocimientos de dicha experiencia, y termina con anécdotas jocosas como ausencia de criterios y opiniones más objetivas. Sin embargo, ese ejercicio de sistematizar y exponer sus ideas como propuestas son muestras de que el flaco fue más allá de ser un simple obrero. Su brillantez queda expresado sobre todo en los documentos políticos de distintas épocas. Era un animal político en toda la expresión de la palabra.
El Filipo vivió para contarlo, como diría García Márquez. La última vez que nos tomamos un café fue hace 5 años, en el aeropuerto de El Alto. Me gritó por todo el aeropuerto cuando me reconoció y no tuve más remedio que tomarnos un café, entre sus gritos y sus parafernalias, porque con el flaco no se podía dialogar: había que escuchar. Me animé algunas veces a criticarle de sus profundos errores, humanos como todos, nunca me aceptó. Le critiqué de sus dubitaciones ideológicas, de sus posturas obreristas de complejo de superioridad frente al movimiento indígena. Nunca me aceptó. Pero bueno, el flaco era y es el flaco. Al menos tuve la suerte de criticarle y dialogar a pesar suyo de todo lo que él sabía, dominaba y quería como pasión: el otrora poderoso movimiento minero boliviano. Poco tiempo tuvimos para conversar sobre el movimiento indígena, que él no dominaba pero admiraba. Supongo que los humanos siempre somos un proyecto imperfecto, incompleto y a veces poco preciso, es parte del sueño humano el intentar ser algo más perfectos, algo más coherentes…y la vida es muy corta.
Varias de las veces le exigí coherencia al flaco, a ese gigante de la historia obrera. Varias de las veces me contestó con su fuerza de volcán empedernido, no siempre tenía razón; pero siempre tuvo pasión por todo lo que expresaba. Y la pasión es un lujo que pocos hombres tienen, en estas épocas tan materialistas, postmodernas, individualistas en donde la consigna más importante es sálvense quién pueda. La solidaridad de clase, el compañerismo, el pensar en los demás ya son historia pasada, quedó en aquellas generaciones que tenían como sentido la revolución total, el hombre nuevo y el cambio de las estructuras económicas y sociales. A su manera el flaco Filipo fue un hombre de su tiempo, su legado estoy seguro traspasará con creces generaciones actuales y futuras, y personas que hemos de alguna manera conocido a este intelectual obrero, tendremos el tiempo de reflexionar sobre ese legado.
El compañero Filemón Escobar quedará en mi memoria como el reflejo de aquel obrero, de barba y pinta de cura tercermundista allá en el colegio Juan 23, cuando le escuchábamos sus historias y aventuras también, y la mirada del padre Basiana con aquella profunda admiración hacia personajes destinados a lo más grande que la especie humana pueda imaginar: hacer la Revolución. Es decir cambiar las reglas de juego de la historia. Aquel inquisidor y exigente maestro de historia, de sociología minera y movimientos sociales, como crítico de cine y arte y cultor de las más sofisticadas formas de la pintura. Ese flaco con vocación de maestro. Tantas anécdotas de clases, de recreos, de juegos de ajedrez, básquet y noches de asambleas con sus reflexiones. Un flaco exigente que deseaba jóvenes coherentes, entregados a las causas de los más pobres; pero también entregados a los desafíos del conocimiento. A ese flaco quiero siempre recordarle.
La Paz, 7 de Septiembre de 2016.