Santiago Pérez
(Licenciado en Relaciones Internacionales)
Éxito total. Solo dos palabras son necesarias para evaluar los Juegos de la XXXI Olimpiada. Rio de Janeiro, la Cidade Maravilhosa, cumplió las expectativas con creces. Los escenarios estuvieron listos en tiempo y forma, el Parque Olímpico, el inmensamente histórico Maracanã, el Estadio Olímpico Engenhão, el Beach Volley Arena. Todo funcionó a la perfección. Las estrictas medidas de seguridad dieron resultado. La presencia del Ejército y otras fuerzas federales permitieron a turistas de todo el mundo transitar la ciudad en transporte público de punta a punta. Fue posible moverse de la mañana a la noche sin temor a ser asaltado en una urbe conocida internacionalmente por sus altos índices de delincuencia. Sedes alejadas como el Complexo Esportivo de Deodoro, ubicado en un empobrecido subúrbio, fue ampliamente accesible en Tren, mezclando en un mismo vagón de pasajeros al turismo internacional y a los sectores de la sociedad más relegados. Los Juegos mostraron las dos caras de la ciudad y no solo las relucientes playas de Copacabana e Ipanema.
Fueron justamente las obras de transporte público el gran legado del evento. La linea 4 de Metro, que conecta las zona sur y oeste de la ciudad, será aprovechada por decenas de miles de personas diariamente una vez llama la olímpica se apague. El BRT (Bus Rapid Transit) utilizado por quienes frecuentaron el Parque Olímpico agilizará la cotidianidad de trabajadores que hasta hace unos meses dependían del siempre congestionado ómnibus. Miles de millones de dólares fueron volcados en la mejora de la movilidad urbana, difícilmente esto hubiera sucedido sin la celebración de los Juegos.
La amenaza terrorista no pasó de ser un fantasma. Ya sea por el trabajo de inteligencia, el exhaustivo control en los accesos a los estadios o simplemente porque nadie se propuso ejecutar un atentado, no hubo que lamentar víctimas. El temor de que se sucedan hechos similares a los vividos en el pasado reciente en París, Niza o Turquía se esfumó con el correr de los días. Ni que hablar de alguna tragedia comparable a la acontecida en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. Nada de eso. La fiesta transcurrió en paz.
Brasil lo hizo mucho mejor de lo que auguraban los pronósticos. El mundo había puesto en tela de juicio la capacidad del país para organizar un evento de semejante envergadura, pero la historia parece haberles mostrado que estaban equivocados. Ni la crisis económica, ni el laberinto político que hace que no se sepa con exactitud quien es el presidente del país pudieron evitar el éxito. Thomas Bach, Presidente del Comité Olímpico Internacional, lo resumió en una frase: «Volvería a elegir a Rio como sede». Los turistas que llegaron desde todos los rincones del planeta lo ratificaron. Una encuesta divulgada por el Ministerio de Turismo revela que el 80% de los visitantes desean volver a la ciudad.
El lo deportivo Brasil cerró la mejor campaña olímpica de su historia. Con 7 medallas de oro, 6 de plata y 6 de bronce escaló hasta el puesto 13 del medallero. El oro en Fútbol, con la revancha sobre Alemania a dos años del 7 a 1, terminó de darle forma la fiesta perfecta. El Estadio Maracanã se reserva el privilegio de haber albergado dos finales de Campeonatos Mundiales de Fútbol (1950 y 2014), pero hasta ahora nunca la verde amarela se había alzado con el título máximo. La tercera fue finalmente la vencida. Neymar, fuertemente criticado a nivel local, envió el balón al fondo de la red en el penal decisivo. El penta campeón del mundo es ahora también campeón olímpico. La euforia inundó las calles.
Fueron dos semanas inolvidables para quienes pudieron disfrutarlas en carne propia. Como sucede con todos los Juegos Olímpicos, lo sucedido durante estos intensos días será recordado por siempre. La velocidad de Usain Bolt y la gracia de Simone Biles forman ahora parte de la historia grande del deporte mundial y Rio de Janeiro estuvo a la altura de las circunstancias. Vale la pena repetir el título de este breve artículo una vez más. Brasil ha sorprendido al mundo.
Rio de Janeiro, domingo 21 de agosto de 2016