Si hay algo de lo que los bolivianos podemos presumir frente a otros países más desarrollados es de la prevalencia y del mantenimiento de las tradiciones y costumbres que se han trasmitido de generación en generación. En el mundo globalizado en el que vivimos- producto del desarrollo del internet, el cine y los medios de comunicación de masas- la moda, la música y la gastronomía van homogenizándose en detrimento de las tradiciones. Un claro ejemplo se puede encontrar en las grandes ciudades del país como La Paz o Santa Cruz, en la que las grandes cadenas multinacionales de alimentos se han abierto paso con gran aceptación entre sus habitantes. En ciudades y departamentos de menores dimensiones como Tarija esta occidentalización todavía es lenta y los locales y los platos típicos no solo se siguen manteniendo sino que su conservación suele ser un motivo de orgullo y de la idiosincrasia chapaca.
La venta de los alimentos frescos en los mercados, la elaboración de menús típicos como las sopaipillas, las empanadas, el saice, guiso de fideo o el ranga siguen conquistando a los tarijeños y enamorando a los visitantes. Es precisamente este último punto, el de la conquista de los visitantes el que le da un valor agregado a la conservación de las costumbres, gastronomía y folclore propios en un momento en el que se mira al turismo como una vía de escape a la recesión económica que vive el departamento producto de la disminución de los precios del barril del petróleo. Tarija y Bolivia no pueden competir en este momento en la oferta y calidad de servicios que sí ofrecen otros lugares de la región que se han desarrollado con mayor celeridad. Sin embargo, si pueden atraer a los visitantes con sus particularidades, su música, su folclore, sus costumbres y la gastronomía típica de la región siempre y cuando se sepan conservar y proteger. El turista extranjero, sobre todo el europeo o norteamericano, visita Bolivia por su riqueza natural y cultural, un patrimonio que no necesita de demasiadas inversiones sino más bien de protección y de promoción.
No obstante, no hay que confundir la tradición y las costumbres con la dejadez, la higiene o los servicios pues son aspectos que el turista mira con lupa y de su buena o mala experiencia depende que el número de visitantes vaya creciendo o disminuyendo. Compaginar la tradición con la higiene, la limpieza y una buena atención son unas de las claves del éxito pero para eso es necesario un trabajo conjunto entre las autoridades (principalmente), los comerciantes y la ciudadanía. De nada sirve tener una oferta gastronómica variada si las carnes de venta se exponen en la calle a los humos, al contacto de insectos y animales o si los utensilios con los que se sirven los platos carecen de garantías salubres. El visitante quiere disfrutar de su estancia por lo que en ocasiones no quiere tentar a la suerte y manchar su estancia con problemas gástricos. Tarija tiene unas costumbres y una gastronomía única que unido al resto de encantos que ofrece el departamento puede convertirse en uno de los pilares a los que aferrarse en el presente y en el futuro pero para eso hace falta que las instituciones y la población remen en una misma dirección.