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Nayú Alé de Leyton

 Pareciera una contradicción, porque sabemos que Dios es omnipotente, todo lo puede, sabemos que creó el universo con solo quererlo, como aseguró, el arcángel  Gabriel: “Para Dios nada es imposible” (Lc. 5 – 37)

¿Por qué entonces decimos la impotencia del Omnipotente?

Partiremos de que Dios es justo, misericordioso, fiel a sus promesas, a su alianza, Dios es respetuoso con lo que promete.

Nos creó a su imagen y semejanza, nos creó para que vivamos en felicidad eterna y  lo más maravilloso es que nos creó libres.

Por eso el hombre lucha cuando ve amenazada su libertad, porque lleva en su alma el sello de la libertad; el hombre es creado por Dios, libre.

Por eso San Pablo escribió a los Gálatas: “Habéis sido llamados a la libertad” (Gal. 5,13).

Somos libres para escoger según nuestra voluntad el camino de nuestra vida, es decir el modo de vivir.

Somos libres para expresar nuestros sentimientos, para plasmarlos en acciones, en poesías o en canciones, somos libres para amar, somos libres para expresar nuestras ideas, nuestras teorías, para luchar por nuestros ideales.

El hombre es libre siempre, desde niño, para elegir sus juegos, sus amigos, luego para escoger una profesión, para decidirse por su futuro, por su trabajo, etc.

El tesoro más precioso que Dios le dio al hombre después de la vida, es la libertad, es el derecho grabado en la esencia del ser humano.

¿Por qué se hicieron las cárceles? Porque el peor castigo para el hombre, es la privación de su libertad.

Ser libre significa ser reconocido como un ser digno, respetado y con derechos.

Ser libre significa poder gritar al mundo, nuestras alegrías y nuestro dolor, es poder luchar por la justicia.

Ser libre es sentirse como las aves del cielo, abarcar el espacio, el mundo, aunque sea con la imaginación.

Ser libre es poder saborear en “libertad”, el olor de la tierra, el perfume de las flores, el azul del cielo, el aletear de las aguas, el brillo de las estrellas, el canto de los pájaros, la risa de los niños y todo lo maravilloso del mundo, que Dios creó para el gozo del hombre.

Por eso soy libre cuando amo lo que hago y hago sólo lo que amo.

Soy libre cuando acepto la libertad de los otros.

Soy libre cuando no existe un precio para mi libertad.

Soy libre cada vez que defiendo con riesgo la libertad de los otros.

Soy libre cuando siendo pobre, sigo prefiriendo mi libertad al dinero de los demás.

Soy libre cuando sigo diciendo ¡No! a la opresión.

Soy libre cuando se me respeta el derecho de escoger según mi conciencia.

Soy libre cuando creo que la salvación me vendrá no de la ley sino del Espíritu.

Soy libre cuando puedo tratar de “Tú” a Dios.

Soy libre cuando tengo la capacidad de decirle “no” a Dios.

Por eso el Omnipotente es impotente ante esa libertad que nos regaló y la respeta, no nos la puede quitar, porque es un don que nos dio y Dios es respetuoso y fiel a su promesa; por eso no puede intervenir en  nuestra decisión de elegir el bien o el mal, de salvarse o perderse. Dios nos ama, nos señala el camino, pero no  nos impone, no nos obliga.

La libertad es un don precioso que hasta el mismo Dios respeta.