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Manfredo Kempff Suarez

 El hecho de que el presidente colombiano Juan Manuel Santos se haya reunido con su colega venezolano Nicolás Maduro para reabrir paulatinamente parte de sus fronteras que están cerradas, por orden de Maduro, desde hace más de un año, no significa que Colombia haya modificado su posición respecto a la necesidad de que se lleve a cabo el referéndum revocatorio en Venezuela en el curso de este 2016.

Cerrar los pasos fronterizos con una nación vecina es lo más inamistoso que puede suceder, más aún que suspender las relaciones diplomáticas. Bolivia y Chile pueden estar sin relaciones y decirse de todo entre un gobierno y otro, pero clausurar los pasos en la frontera sería algo insólito. Mucho peor en el caso colombo-venezolano, donde sus fronteras son muy pobladas en ambos lados y existe una ininterrumpida tradición de intercambio y casi de vida en común.

 Para Venezuela la vuelta a la normalidad, aunque sea de forma gradual, es una bendición, porque su gente podrá proveerse de alimentos y artículos de primera necesidad que han desaparecido del mercado hace meses. Un país totalmente improductivo, que tiene una agroindustria destruida y escasean los alimentos esenciales, que no produce ni papel higiénico, y que hasta el agua tiene un costo considerable, necesita algunas vías de escape que alivien su situación y aplaquen la furia de sus habitantes hambrientos. Esto no va a salvar al Gobierno de Maduro, que sobrevive de forma fantasmal, pero para él – para el presidente Maduro – ganar días o semanas en el poder ya es razón suficiente hasta para humillarse.

 Entre tanto, el trámite del referéndum revocatorio que empuja ansiosamente la oposición venezolana, seguirá su curso con el apoyo de las naciones democráticas de América. El gobierno de Caracas, como lo hacen todos los populistas, está poniendo trabas que dice son legales, sacadas de la manga, para que el referéndum no se realice este año. Los motivos son de sobra conocidos: si la consulta democrática se realiza antes del 10 de enero del 2017 y Maduro pierde, habrá nuevas elecciones. Si el referendo se realiza después de esa fecha y Maduro es igualmente revocado, asumirá el vicepresidente, lo que significa que la fallida Revolución Bolivariana permanecerá mandando durante dos largos años más.

 Quien decide cómo entrabar a la oposición en su intento de apurar el referéndum es por supuesto el Gobierno. Pero, también, como en todas las administraciones populistas, el Gobierno maneja los hilos de la justicia y de paso del poder electoral. En Venezuela el personaje clave es nuestra conocida Tibisay Lucena, la presidente del Consejo Nacional Electoral. Mujer poco atractiva, se ha mostrado abiertamente sumisa primero a Chávez y luego a Maduro. Hace lo que el poder le ordena. Lo que no pudo, por ejemplo, fue volatilizar la inmensa votación opositora de las elecciones legislativas pasadas, donde el oficialismo fue arrasado. Pero es que, en ese caso, no había nada qué hacer porque la derrota de los «bolivarianos» había sido catastrófica.

 Hoy Tibisay Lucena puede jugar un papel muy útil a Maduro y ya ha empezado a hacerlo. Es cosa de postergar la fecha del referéndum hasta después de 10 de enero próximo. Para eso tiene en sus manos una considerable cantidad de pretextos. El solo hecho de autentificar las firmas de cuatro millones de personas requeridas por ley, puede ofrecer una serie de dilaciones que serían suficientes para hacer que los «bolivarianos», sin Maduro en el Palacio de Miraflores, tengan el tiempo suficiente, ya no para salvar a Venezuela, sino para salvarse ellos. Para preservar su pellejo. Porque es sabido que la cárcel es lo menos que les espera a los derrochadores y despilfarradores de los recursos del Estado. En un país tan rico como Venezuela, donde los ingresos por petróleo fueron incalculables, lo que sucedió en Bolivia con el Fondo Indígena, los contratos sin licitación, las barcazas chinas, o el avión Falcon, son pigricias. Pigricias para los venezolanos, no para nosotros.

 Sabemos que lo de Venezuela no puede seguir así, que ya no puede soportar su angustia por muchas semanas más. Cuando la escasez llega a provocar hambre entre la población, no hay ni partido ni ejército que detenga a las multitudes. Prolongar la agonía no tiene sentido. Maduro debe irse ya. Y lo insólito, por increíble que parezca, es que la figura de la señora Tibisay Lucena será estelar en este trance. Quince naciones de la OEA piden el revocatorio «sin demoras» – incluida Colombia y ausente Bolivia por cierto – y toda la responsabilidad de un acontecimiento decisivo se pondrá en manos de una dama de paso marcial, cara rígida, voz de sentencia, y actitud de combatiente. ¿Resultará fatal para la democracia continental la señora Tibisay? ¿Se constituirá en un mal ejemplo para los gobernantes que desean perdurar ilegalmente en el poder? Esperemos que su mirada a la realidad de su pueblo la desembarace de compromisos pecaminosos y que aplique correctamente la ley electoral o que se niegue a prevaricar.