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(INFOBAE) «Ningún hombre será el mejor si no tiene fuego en la sangre». Enzo Ferrari tenía fuego en la sangre. Fundó una compañía bisagra en la historia de la industria automotriz. Forjó su vida entre tragedias. Protagonizó una biografía rocambolesca, un relato que alternó eventos desgraciados en una cronología laureada, triunfante. «Il Commendatore» nació en Módena el 18 de febrero de 1898, murió el 14 de agosto de 1988 en Maranello, vivió 90 años abocados al diseño de vehículos deportivos y de autos de competición.

Es la historia de un triunfador negado, una referencia indisoluble a las vicisitudes del mundo del motor. La personalidad más apasionante y medular de la industria. Un hombre que fue huérfano, enfermo, infiel, viudo, padre de un hijo fallecido, dueño de una fábrica bombardeada, autor de célebres frases, propietario de una vida dantesca. A través de esta serie de sucesos desafortunados, Enzo Ferrari le entregó su apellido a uno de los fabricantes más trascendentales de la automoción.

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Para entender su épica, es menester conocer sus orígenes. Hijo de Alfredo Ferrari y Adalgisa Bisbini, hermano de Alfredino, se crió en el norte italiano, en el seno de una familia trabajadora y acomodada. Padre y hermano fueron reclutados para intervenir en la Primera Guerra Mundial: murieron en 1916, cuando Enzo tenía apenas 18 años, a causa de epidemia de gripe. Él corrió suerte diversa. Al año siguiente fue desafectado del ejército por una neumonía feroz.

Su madre lo consideraba la oveja negra de la familia Ferrari. Desoyó los consejos de sus padres: no quiso ser ingeniero, estudió mecánica. Su devoción por las carreras de competición la encontró en Bolonia, en el circuito de Vía Emilia, cuando a los diez años su padre Alfredo lo llevó a que conociera el mundo del automovilismo. Con papá Alfredo y hermano Alfredino fallecidos, con mamá Adalgisa en eterno luto, él invirtió la herencia familiar en el campo de la competición, ganándose en Módena su primer apodo: «El Loco».

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Desde la primera vez que oyó rugir un motor en una carrera hasta que el mercado automotriz conociera a la Ferrari 125 S, el primer vehículo que honró el apellido de Enzo, se acumularon 39 años. El vivaz joven que aspiraba convertirse en piloto profesional transfirió su pasión al diseño de autos únicos. «Nunca me he tenido por ingeniero o inventor, solamente me considero un promotor y agitador de ideas», vaticinó. Es la historia del hombre que resignificó el «Cavallino Rampante», uno de los logotipos más icónicos del planeta, la silueta del caballo que recopiló del escudo familiar de Francesco Baracca, aviador y héroe italiano durante la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial.

Pero Ferrari no fue la primera compañía que lució el consagrado símbolo del corcel negro de crines largas. En Alfa Romeo, Enzo trabajó más de dos décadas. En 1920, un año después de haber corrido su primera carrera (en la subida en cuesta Parma-Poggio di Berceto, donde terminó cuarto en la categoría 3 litros al volante de un CMN 15/20), se convirtió en piloto de competición de la firma italiana: debutó con una segunda posición en la prestigiosa carrera de Targa Florio a bordo de un Alfa Romeo Tipo 40/60. Arriesgado, desfachatado y competitivo, sus rasgos personales los manifestaba fiel como piloto en la pista.

Los primeros años de «La Scuderia» Ferrari, fundada el 16 de noviembre de 1929 en Módena, transcurrieron sobre modelos de Alfa Romeo. Conductor avezado y director ejecutivo de «Alfa Corse», la división de competición de la firma italiana, rompió vínculo el 6 de septiembre de 1939 para desarrollar bólidos de carrera más competitivos de manera independiente. A la siguiente semana, fundó Auto Avio Costruzioni como plataforma para diseñar y fabricar deportivos de élite.

Su hijo Dino nació en 1932, fruto de una relación matrimonial con Laura Dominica. El nacimiento de su primogénito lo inspiró a abandonar las carreras, un oficio de riesgo para aquellos años. «El padre que compite contra su hijo, pierde un minuto por vuelta», suscribió. Se dedicó exclusivamente a la gestión del equipo. Ya emancipado de Alfa Romeo, construyó los primeros deportivos que compitieron en el Gran Premio de Brescia de 1940 con un desenlace paradigmático. Los modelos 815 -en homenaje a sus motores de 1,5 litros y ocho cilindros- no terminaron la prueba por fallos mecánicos.

Así como la Primera Guerra Mundial lo dejó sin padre y sin hermano, la Segunda le quitó su fábrica. El estallido del conflicto bélico interrumpió su proyecto y convirtió a la factoría Ferrari de Módena en una fábrica de armamento militar. La planta fue bombardeada en 1944: Enzo decidió trasladar las instalaciones a la mítica Maranello. Allí donde creció la mística y el instinto Ferrari, donde se erige actualmente la cuna de los mejores deportivos de la historia, allí donde la Ferrari 125 S -motor V12 responsable de una potencia de 118 CV- realizó su primera prueba en carretera el 12 de marzo de 1947. El principio del mito.

El panorama automovilístico de la década del ’40 y el ’50 fue gobernado por Ferrari. Con el mero fin de solventar sus desembolsos en la escudería de carreras, la compañía extendió su comercio a vehículos de calle. Eran simplemente coches de competición matriculables, homologados para su circulación en calle, piezas de colección y de lujo para los sectores más aristocráticos de la sociedad. En 1947, sólo tres unidades del Ferrari 125 Sport se ofrecieron al mercado. Un año después, la edición ascendió a 25.

Durante su gestión, en simultáneo a sus éxitos en competición, la compañía convertida en culto se consagró por el diseño y la prestación de vehículos deportivos de fuste. El Tipo 166 fue el primer coupé de Ferrari, el modelo que concibió la filosofía de la fábrica de Maranello: vestir de lujo y distinción a los motores más poderosos jamás construidos. Presentado en el Salón de Turín de 1948, la obra que expresa el germen de la firma presumía de un motor V12 de 1.901 cc y 125 CV.

La Ferrari 250, del maestro diseñador Pininfarina, la Ferrari F40, un homenaje supremo a los 40 años de la marca, la Ferrari Testarossa, una pieza cumbre de la ingeniería mecánica, la Ferrari Daytona, el último modelo en montar el motor en la parte delantera. Estas cuatro creaciones gestadas bajo la dirección de Enzo sentaron los cimientos para joyas deportivas que brillan en la modernidad. Sin embargo, la transición le demandó al padre de la automotriz un compendio de escenas tristes.

La prosperidad de su empresa ocultaba la oscuridad de su historia personal. Enzo Ferrari adoraba a las mujeres y reconoció su condición de «mujeriego»: en 1945 nació Piero Ferrari, el resultado de una relación extramatrimonial con su amante Lina Lardi. La tragedia lo invadió en 1956, cuando su hijo Dino, destinado a ser su sucesor, murió a sus 25 años por una distrofia muscular. Las gafas negras fueron, a partir de ese día, una señal de luto inmutable, adherida a lo que le quedaba de vida. Asimiló el deceso de su heredero con mejor suerte que su esposa Laura, quien somatizó la muerte de su hijo con trastornos mentales, lo que derivó en una separación irremediable con Enzo.

Las desgracias se extendieron hasta el año siguiente al fallecimiento de Dino. Un accidente del Marqués Alfonso de Portago a 260 km/h en la Mille Miglia dejó un saldo de once muertos: el piloto y diez espectadores. Angustiado, Enzo se enclaustró en su casa durante siete días. «Cuando los despedía antes de una competición los abrazaba y los besaba como si fuera la última vez. Sabía que marchaban a una carrera, pero nadie me aseguraba que iban a volver», compartió. Contrataba conductores agresivos, osados, arrojados, dignos para asumir los mismos riesgos que tomaba él cuando era piloto de carreras: se enamoraba de su espíritu competitivo.

Pero la voracidad de su naturaleza promovió reparos socioculturales. Fue investigado judicialmente por homicidio. Le retiraron tres meses el pasaporte. Hasta 1957, Ferrari registraba al menos 50 muertos en accidentes en los que algunos de sus autos estuviera involucrado. La tragedia de la Mille Miglia le valió el seudónimo de «Saturno», aquel que en la mitología romana devoraba a sus hijos recién nacidos.

El cúmulo de desgracias lo condenó a vivir con un rictus de amargura constante. Se recluyó en una vivienda dentro de la fábrica de Maranello. En 1977 renunció a su cargo de presidente de la compañía por un delicado estado de salud. Al año siguiente murió su mujer. El letargo de su vida se extendió el 14 de agosto de 1988. A pesar de haber convulsionado la industria automotriz, no se identificó como un triunfador. Sobre su conciencia carga el lastre de la muerte de su esposa Laura, la pérdida de su hijo Dino, la destrucción de su primera fábrica y los decesos de sus pilotos preferidos.

Enzo Ferrari fue un hombre con fuego en la sangre. Imprimió esa condición a sus creaciones. El ardor en los motores de Ferrari es indeleble a sus efectos. «Yo no sé cómo es el alma, pero si es que existe, los motores deberían tener una, porque se quejan, se desesperan, se rebelan y se comportan como niños a los que se forma, día a día, educándolos», valoró. «El Loco», «Saturno», «Il Commendatore» o simplemente la celebridad más capital de la industria automotriz.