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Max Murillo Mendoza

Borges se sonrió cuando hace muchos años, todavía de moda el socialismo real, se hacían comparaciones entre un hombre capitalista y uno socialista, y por la moda algunas élites socialistas consideraban que los hombres socialistas eran superiores moralmente a los capitalistas. Borges concluía en su sonrisa manifestando que no había diferencia alguna, sino de percepciones ideológicas solamente, es decir de matices. Sin embargo, como en todos los enfoques ideológicos y políticos existen profundas diferencias. El socialismo soviético era totalmente distinto al socialismo cubano, diametralmente opuesto. Ese socialismo totalitario e industrial ruso, jamás fue un apoyo al socialismo cubano porque sus visiones eran  de un país industrial hacia un país subdesarrollado. El Ché Guevara tenía críticas muy duras al respecto, y nunca compartió con el socialismo ruso. De hecho la cúpula soviética nunca puso una fábrica en Cuba, a pesar de las distintas peticiones del mismísimo Ché Guevara. La dependencia económica y militar era nomás también colonial.

En cierto sentido el socialismo cubano tuvo el carisma latino caribeño, con el romanticismo del hombre nuevo: la ética del revolucionario, de aquel hombre ideal entregado a las causas humanas más superiores, incluso de entrega de la vida misma. En esos avatares románticos e idealistas se movió Fidel Castro, carismático líder que resumió una época, una coyuntura y una manera particular de entender el socialismo. Pero es importante comprender que el nacionalismo cubano fue un factor determinante, quizás clave, para que ese raro socialismo cubano funcione de manera real y estatal. En aquellos vientos de la guerra fría, donde los imperios se repartieron el mundo en dos bloques ideológicos, pues no había otra que apostar por el otro imperio cuando de apostar se trataba. El bloqueo norteamericano obligó a los cubanos a negociar con los soviéticos. Fidel Castro fue el artífice de esa aventura, como de la creatividad del Estado cubano para hacer una isla socialista a 90 millas de las costas norteamericanas.

Hoy no existen más socialismos reales, burocráticos y totalitarios. Hoy ya no hay más idealistas ni promotores del hombre nuevo. Sino estertores débiles y sin esencia de lo que hace décadas significaron las ideas socialistas. No existen intelectuales de calibre que hayan seguido, al menos en lo mínimo, dichas ideas. No existen documentos actuales al respecto. Prueba absoluta de la decadencia de esas ideas importadas de realidades europeas, o asiáticas en el caso chino. En América Latina durante muchos años aquellos libros fueron las biblias necesarias, para repetir y copiar los hechos de otras realidades e imponerlas a fuerza de martillo en estas realidades. Los fracasos han sido demasiado evidentes. Esos marxismos de iglesia roja nunca aportaron a descifrar nuestras realidades, y nunca aportaron a sus soluciones. Por Bolivia las débiles clases a medias, quiénes fueron los que importaron esos libros, jamás hicieron heterodoxia de sus lecturas. Se quedaron nomás en la ortodoxia, en la nomenclatura y la repetición escolástica y el rezo religioso. El marxismo europeo no podía entender temas más complejos, como nación y etnia, o racismo y colonialidad.

Fidel Castro pasará a la historia como uno de los nacionalistas más inteligentes de Cuba, que se sirvió del llamado socialismo para utilizar de mejor manera al Estado cubano. Era el estratega más importante de ese proceso. Su carisma traspasó fronteras sin duda alguna, y su forma de conducir lo que se llamó la revolución cubana. Educado en un colegio católico de élite, fue en cierto sentido un visionario de su momento, que supo leer e interpretar la realidad cubana para lo que después fue. Utilizo también las enormes ayudas soviéticas, y les utilizó a los rusos, para solventar un tipo de socialismo a la cubana. Sin duda alguna hizo del lema de la igualdad para resolver los graves problemas heredados de las dictaduras pronorteamericanas, que dejaron a Cuba sumido en las vergonzosas estadísticas de pobreza, prostitución y marginalidad. Mejoró la educación y la salud siendo Cuba durante varias décadas un modelo Estatal a seguir, reconocido incluso por las instituciones del orbe capitalista. Así se dio el lujo de exportar atletas de fama mundial, como de músicos también. Ese Estado cubano sí dio las oportunidades necesarias a su gente.

Desde entonces el mundo ha cambiado dramáticamente. Hoy Cuba debe negociar con Estados Unidos, porque las condiciones objetivas de la economía, las ciencias y la tecnología han modificado substancialmente a las sociedades. Para bien y para mal, Cuba debe abrirse a los desafíos del siglo XXI. Su romántico socialismo del hombre nuevo, que nada tiene que ver con el socialismo real europeo, se termina con Fidel. La sobrevivencia del nacionalismo cubano, tiene que darle las gracias a Fidel. Al menos toda una generación de cubanos supieron lo que es en serio políticas de Estado reales, en educación, salud, artes, deportes, ciencias y nacionalismo cubano frente al mundo. Y eso no fue poca cosa, porque rompieron las tradicionales instituciones republicanas, costumbristas, latinas racistas, pigmentocráticas y expoliadoras de sus poblaciones y riqueza. Mostraron un buen tiempo que es posible romper y destruir lo anterior, para construir algo nuevo. Asunto que en América Latina sigue siendo un mito, pues la lacra de nuestras instituciones burocráticas y antihumanas son casi imposibles cambiarlas.

El socialismo a la cubana fue un contrapunto en la historia latinoamericana. No pudieron exportar como desearon. Los demás socialismos latinos no tienen esa estatura ni esa calidad, ni sus representantes merecen entrar a la historia, como Fidel, con esa estatura moral e intelectual pocas veces vista por estos territorios coloniales, mediocres y con clases medias debiluchas y sin identidad alguna con nuestras naciones.

La Paz, 13 de agosto de 2016.