Susana Seleme Antelo
Si, quién la paga, porque resulta que no estábamos blindados ante la crisis económica, como el régimen pretendió hacer creer a Bolivia, millonaria y pertinaz propaganda política mediante. Y solo ahora, ya tarde, Evo Morales reconoce que han disminuido los empleos, los ingresos y las reservas. ¡Eureka!
Nunca estuvimos blindados y lo prueba el fin de la bonanza de los superprecios de materias primas, que los hombres del MAS creyeron eterno y gracias a ellos. Ese factor internacional, amén de anteriores inversiones de los llamados gobiernos ‘neoliberales’ en exploración y explotación de hidrocarburos y la apertura de mercados para el gas, “explican la bonanza temporal que la administración evista se encargó de despilfarrar” afirma Emilio Martínez.
¿Sabían -o se hicieron los que no sabían, como de costumbre- la relación de dependencia entre economías extractivistas monoproductoras de materias primas no renovables, como la nuestra, y la demanda externa, por ejemplo de China en estos últimos 10 años?
¿Quién paga los platos rotos del Estado rentista, del descalabro económico populista y de la antipolítica corporativista de cocaleros, gremialistas, transportistas, interculturales, Bartolinas y afines, que tiraron al basurero el respeto a la pluralidad política partidaria? Y todo arropado por el clientelismo vía la entrega de recursos públicos -¿de dónde más?- a cambio de votos u otras formas de apoyo. Ese ‘intercambio de bienes y servicios’ sumió a la administración pública en la ineficiencia, la precariedad, la corrupción a granel y la cuasi-quiebra. Todo por la reproducción en el poder “para toda la vida” a costa del desmantelamiento de la institucionalidad democrática.
¿Quién paga la factura ahora que se acabó la plata fácil, y se echa mano de las reservas que pudieron acumular por los ingresos del barril de petróleo hasta más tres veces más que el actual? La célebre ‘Evonomics’, se hizo humo, y al infierno se fueron los pobres, como siempre. Los que anduvieron por la “clase media” –el régimen dijo que eran un millón, y hubo quien se lo creyó- volverán a ser pobres y desempleados. O ‘informales’, como única estrategia de sobrevivencia: más de 70 % de la población económicamente activa en Bolivia corresponde a ese estrato social, que no recordó Morales el pasado 6 de agosto. La diluyó en el hiperconsumismo de los ‘bonos’, el auge de la economía coca-cocaína, el contrabando sin freno y las remesas de los exiliados económicos que salen a buscar el trabajo que el gobierno no ofrece ni garantiza. Y todos creyeron que eran ricos.
Tampoco estábamos blindados ante la pésima administración del aparato gubernamental y el infame gasto público en obras con sobreprecios y rumbosidades varias, pero cero inversión productiva sostenible con valor agregado, generación de empleo estable, bien pagado y con goce de beneficios sociales.
La bonanza entre 2006 y 2014, tuvo como principal beneficiario al gobierno centralista, que se apropia del 82% de los ingresos, incrementados más de lo que cualquier gobernante “se hubiera atrevido a soñar en los años previos”, según la Fundación Milenio. ¿Dónde está la plata? se preguntó. En los sobreprecios de elefantes blancos, como el ingenio azucarero de San Buenaventura que de $us 140 millones, ha sido facturado en muchos más, sin que existan en la zona plantaciones de caña de azúcar. Y no es el menor problema, pues tampoco previeron que esa tierra no es apta para ese cultivo por su pH, que disminuye el índice de sacarosa, según expertos.
Como en esa osadía malversadora, la plata anda por el aeropuerto internacional de Chimoré en la zona cocalera, más que excedentaria, ilegal; en la fábrica de urea, por la misma zona alejada de puertos de exportación. En la fábrica de papel, de cartón y otras intensivas en capital, pero con bajísima demanda de mano de obra. Y no olvidamos el avión para uso del autócrata, y los millones en otros aviones, helicópteros armamento y vituallas para las FF.AA que gritan sin sonrojarse ‘Patria o muerte’: ya son otro “movimiento social” subordinado al poder político.
Al modelo centralista-extractivista de minerales y gas, lo salvaba, hasta ahora, la agroindustria exportadora cruceña, responsable del 70 % de los alimentos que consume el país, a pesar de los varapalos impuestos por el centralismo. Hoy está sometida a los imponderables climáticos que implicará cuantiosas pérdidas de todo orden y, además, la importación alimentos. Como todos los países de la órbita socialista, no han logrado consolidar ni el cultivo de trigo para producir el pan de cada día.
¿Quién paga el escandaloso despachurre del Fondo Indígena cuyos recursos, como gran parte de los del Estado, los usaron con el criterio de que era ‘su dinero’, que podían gastarlo sin rendir cuentas y ponerlo en sus cuentas privadas? En ausencia de ética política, de equilibrio de poderes, de transparencia y rendición de cuentas, su desenlace no podía ser otro que la corrupción sin límite.
¿Quién paga los platos rotos del desastre plurinacional de Morales y los suyos? En el caso del FONDIOC ¿solo Nemesia Achacollo? Tendrá culpas, sí, pero no menos que los hombres del régimen, entre otros el ministro Arce Catacora. Achacollo es el chivo expiatorio del entramado de la corrupción convertida en política gubernamental porque es mujer. Como Gabriela Zapata. Nada extraño en un régimen machista y patriarcal, amén de corrupto, como ninguno. La factura no pagan ellos: la paga el pueblo boliviano.
Santa Cruz de la Sierra, agosto, 2016