Nayú Alé de Leyton
Hoy como nunca, contemplamos nuestra realidad más violenta que nunca, es decir no contemplamos como espectadores, sino que vivimos nuestra realidad con mayores dificultades enfrentando situaciones muchas veces de violencia.
El mundo está revolucionado, por donde pongamos la mirada allí encontramos odio y llanto, destrucción, guerras, hambre, injusticias, corrupción.
Parece haberse desatado una furia incontenible, un anhelo de poder gritar al mundo el descontento, el deseo de poder poner al descubierto la injusticia, actitudes sobre todo de marginados, de los olvidados.
Desde la creación del mundo el hombre se reveló contra Dios, cargó con el pecado del egoísmo. Ese es el mal que causa tanto daño a la humanidad entera.
La ambición de las naciones no tiene fronteras, se lanzan a la guerra sabiendo que una guerra nunca se gana porque el precio es la vida de miles de seres humanos, vidas truncadas, familias destruidas, huérfanos.
La ambición de los gobernantes tampoco tiene límites porque no miden el sufrimiento de sus pueblos al sumirlos en la pobreza por apoderarse del dinero del pueblo. El término pobreza involucra todas las consecuencias que padece el ser humano carente de oportunidades de estudio, de cultura, de trabajo, de pan, de techo, de medicina, etc.
Un país sumido en la pobreza se debate en el sufrimiento, en las lágrimas de miles de madres, de hijos que no tienen oportunidad de realizarse, de niños que sufren toda clase de privaciones, de seres humanos que mueren por falta de auxilios médicos y todo esto pesará sobre las cabezas de aquellos que se envolvieron en el mundo negro de la corrupción.
La corrupción se campea a lo largo y ancho del mundo, es algo que no se puede parar.
¿Es que ha muerto la conciencia de pecado en la mayoría de los seres humanos?, ¿Ya todo está permitido, nada es malo a fin de tener más?
El dinero, el poder y el placer son los ídolos ante los cuales el ser humano se postra y para conseguirlos no escatima esfuerzos ni escrúpulos. El hombre se lanza con todas sus fuerzas a conseguir lo que cree lo hará feliz.
Todo esto son alucinaciones porque la felicidad no está en tener, la verdadera felicidad está en la paz de la conciencia.
Pero ante el desfase ¿Qué solución o remedio puede salvar al hombre de hoy?, ¿Será la figura de Cristo capaz de despertar el entusiasmo en una humanidad víctima de la desilusión?, ¿Tiene aún el evangelio entrada en el hombre, en el jefe de una industria, el catedrático, el obrero, en la ciudad como en el campo?, ¿La religión con sus valores si es presentada rectamente, conserva todavía su poder de atracción?
Claro que si el Maestro atrae a los corazones, despierta las conciencias infunde deseos de paz en cada hombre que escucha sus palabras, ¿Cómo nos explicamos que las palabras y la presencia de su representante atraigan a innumerables multitudes que vibran de emoción al verlo y al escucharlo?, el papa Francisco trae el mensaje de Jesús, es el eco de sus palabras.
La pacificación de la humanidad radica en la paz de cada corazón, lograda con el seguimiento de quien nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.