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ANDRÉS TÓRREZ TÓRREZ

La vida de Georg Ludwig Friedrich Julius Eyser estuvo signada por los obstáculos. Por el dolor de la caída y el aprendizaje al levantarse. Nació el 21 de agosto de 1870 en Kiel, Alemania, en la época en la que el Canciller de Hierro, Otto Von Bismarck, buscaba la «Unificación germana» y poco después de la creación por parte de Friedrich Ludwig Jahn del Turnverein, un movimiento deportivo, principalmente basado en la gimnasia, con el fin de “mejorar las capacidades físicas de los jóvenes alemanes y de inculcar en ellos la disciplina y el esfuerzo”.

El turnverein se expandió velozmente por toda Europa o donde fuera que los alemanes se instalasen. Los Eyser, por caso, decidieron dejar la ciudad portuaria de Kiel para instalarse en Denver, Colorado, cuando Georg tenía 14 años. Apenas llegado a los Estados Unidos, Georg adquirió una letra “e” en su nombre, para facilitar las cosas en el nuevo hogar. Sin embargo, poco después la familia entera estaba afrontando una nueva mudanza. Esta vez, para radicarse en Saint Louis, Missouri. Allí, George comenzó a hacer realidad parte de su sueño americano. Consiguió empleo como contador en una constructora y, a los 24 años, recibió la nacionalidad estadounidense. Exactamente 10 años después de su arribo.

En sus ratos libres, George se entregaba al deporte. Era un apasionado de la actividad física. Por fortuna para él, en Saint Lous los expatriados alemanes habían creado un club de gimnasia que se llamaba Concordia. Quedaba cerca de su trabajo y era una de las instituciones con mejor reputación en Norteamérica. Ya hablamos de obstáculos, y aquí viene el primero para Eyser. Tal vez, el que marcó su carrera a sangre y fuego. Un accidente en las vías del ferrocarril, sobre el cual jamás se entregaron precisiones sino conjeturas, hizo que debieran amputarle la pierna izquierda.

Se terminó. Con veintitantos años y sin haber debutado en ninguna competencia oficial importante, sumada la amputación de la pierna… no hay más. Tal vez para alguien con menos sueños y coraje que George Eyser. Él apenas estaba comenzando a apuntalar su sueño. Para eso, necesitaba tropezar. Una prótesis de madera “reemplazó” su zurda y, apenas dominó el arte de caminar con la tracción “sangre-palo”, se sometió a durísimas rutinas de fortalecimiento de su tren superior. Pero necesitaba un objetivo para ponerse al frente, una meta concreta. No encontró nada mejor en el calendario que los Juegos Olímpicos que se realizarían en su ciudad, Saint Louis, en 1904. Los terceros de la era moderna.

Con 33 años, Eyser, ya acostumbrado, conseguía moverse como si aquello de «la pierna de palo» que tanto se comentaba en el gimnasio Concordia, nunca hubiese sucedido. Saltaba más allá que los demás, corría más rápido y hasta se le veía más feliz. Se destacó en algunos eventos internacionales sin que nadie notase aquella carencia tan suya y jamás usaba pantalones cortos o medias ajustadas.

Como siempre en la vida del atleta germano-estadounidense, un obstáculo se interpondría entre él y sus conquistas. En su presentación, Eyser se retiró abucheado por un público impiadoso tras acabar muy por detrás de las marcas de los primeros colocados en las pruebas combinadas de triatlón de gimnasia y triatlón de atletismo. Tampoco le fue bien junto a su equipo. Lo bueno para el atleta del temple de acero es que la segunda jornada de la disciplina apenas sería casi cuatro meses después.

Con el sudor en la frente y vistiendo pantalones largos por fin Eyser alcanzó sus objetivos sin que nada ni nadie lo complicase esta vez. Fue oro en paralelas, salto y escalada de cuerda (sí, contaba como disciplina olímpica en 1904). Además, logró dos medallas plateadas (combinada y caballete con aros) y una de bronce (barra horizontal). Seis en total y el reconocimiento de todo el público.

Poco se supo de Eyser después de Saint Louis 1904. Conservó su trabajo como contador y siguió siendo el orgullo del club Concordia, con el cual ganó un evento internacional en Alemania, en 1908, y un torneo nacional en Ohio (1909). No se hizo pública la fecha de su muerte ni se tienen mayores datos de lo que sucedió con el atleta de «la pata de palo» después de 1910.

Más de un siglo debió transcurrir hasta encontrar otro deportista olímpico con una pierna artificial. Primero fue la nadadora de aguas abiertas sudafricana Natalie du Toit, en Beijing 2008. En Londres 2012 fue el turno del ya más afamado (y tristemente célebre) Oscar Pistorius, en las pruebas de velocidad. Eran otros tiempos, claro. Pero probablemente nunca nadie conseguirá igualar a Eyser y su pierna de madera. Un «olvidado» que se tornó leyenda. Un disminuido que supo ser más.