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ANDRÉS TÓRREZ TÓRREZ

El por entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas, envió al militar Humberto Mariles, de apenas 23 años, a los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936. El joven amante de los caballos debería encontrarle un buen funcionamiento al equipo ecuestre para las próximas justas deportivas. La Segunda Guerra Mundial impidió que los Juegos de 1940 y 1944 se llevasen a cabo -entre muchísimas otras cosas.

En febrero de 1948, antes de partir rumbo a la última gira europea, previa a Londres 1948, el Teniente Coronel Humberto Mariles fue requerido por el Presidente de México, Miguel Alemán. La conversación entre el militar y el mandatario fue la siguiente*:

-Sabe usted, teniente coronel… que el viaje se cancela.

Sorprendido por la noticia, visiblemente molesto, pregunta Mariles:

– ¿Puedo saber por qué, señor Presidente?

Responde, lacónico, el mandatario: – No pueden ganar…

Y se refiere entonces, despectivamente, al orgullo de Mariles:

– No pueden ganar con esas carretas de caballos, con ese tuerto…

Se irrita Mariles con el insulto a Arete. Intenta una protesta:

-Con todo respeto, señor Presidente, pero…

Interrumpe, terminante, el hombre del poder:

– ¡Es todo, teniente coronel!

El mensaje era clarísimo y Mariles no era ningún bruto. Pero nada ni nadie, por más presidente que fuese, podría quitarle la posibilidad de competir, después de doce años, con los caballos y el equipo que él había preparado con tanto esmero. Sabía que era la oportunidad, los pasajes estaban comprados. Todo, absolutamente todo, estaba justamente en su lugar.

Mariles y Arete, siempre juntos.

Mariles había nacido en zona de guerra el 13 de junio de 1913, en Hidalgo del Parral. Ahijado de Don Venustiano Carranza e hijo de soldado, el coronel Antonio Mariles. Pancho Villa y su División del Norte luchaban durante aquellos años, por el enorme estado de Chihuahua, a lomo de caballo.

Arete, el compañero fiel de Mariles, era un potrillo criollo alazán tostado, que nació en 1938 en el Rancho Las Trancas, Altos de Jalisco, Colotlán. Tenía una pequeña perforación en la oreja izquierda, lo que le valía aquel particular nombre, y un padecimiento genético en el ojo izquierdo lo convertiría en un caballo tuerto.

Para 1948, el teniente coronel y su caballo predilecto ya se habían convertido en una máquina destinada al éxito, aunque pocos lo sabían. Después de una exitosa gira por Canadá, Mariles, Arete y todo el equipo de equitación mexicano, llegaron a Roma, para luego ir a Londres. Pero, allí mismo, el «desertor» fue requerido «de inmediato» por el Embajador Antonio Armendáriz, con quien guardaba una vieja amistad.

– *Perdóneme, don Humberto, pero mejor regrese a México. Tenemos una orden de aprehensión contra usted. Se le acusa de desacato a la autoridad, deserción y de otras cosas. Vuelva, se lo suplico.

Responde Mariles, enmarcando sus palabras en una dura sonrisa:- No, señor embajador; lo siento, pero no regreso. Ya estoy aquí. ¿Cómo hacerlo?.

Por fin, llegaron los Juegos Olímpicos de Londres, los primeros de la posguerra. El 8 de agosto de 1948 los mexicanos ganaron la medalla de bronce en la prueba de los Tres Días, con Mariles, Campero, Chagoya y Solano compitiendo. Ya era todo un éxito. Pero las victoritas no pararon ahí. El 14 de agosto Mariles ganó la medalla dorada en Salto individual y otra vez fue oro, en Salto por equipos.

Así, el equipo mexicano, liderado por Mariles y “Arete”, consiguió una hazaña que, para ambos, no era de extrañar. Así fue como, en 1948, México ganó la primera medalla dorada en la historia de los Juegos Olímpicos. Hasta hoy, Mariles se mantiene como el único atleta mexicano que ha ganado dos preseas doradas en Juegos Olímpicos. Eran ídolos. Buena parte del país quería abrazarlos.

Miguel Alemán Valdés llamó a Mariles para felicitarlo. Poco después, retira todas las acusaciones que había formulado en su contra. “Me siento muy feliz, no tanto por mí mismo sino por mi patria. Sabía que la victoria individual y por equipos estaban hoy en juego”, declaró Mariles tras el éxito.

Dos décadas después, el 24 de noviembre de 1972, Mariles fue detenido en el aeropuerto de Orly, en París, junto a Max Rivera Castilla, otro militar mexicano, y Miguel Descargue, un civil uruguayo. Los tres se disponían a viajar al Distrito Federal, previa escala en Amsterdam.

Fueron acusados de transportar heroína, comprada en un laboratorio de Marsella. Declarando que el equipaje era de Rivera, Mariles se declaró inocente. Hasta presentó pruebas que inculpaban al militar que lo acompañaba, pero la brigada de estupefacientes de la policía francesa tenía armada su acusación y aseguraba que la droga sería introducida a México por el general Mariles, aprovechando su prestigio como héroe deportivo nacional.

El 5 de diciembre de 1972, el abogado de Mariles, Roger Blapeau, estaba exultante, ya que tenía en su poder los documentos que probaban la inocencia de su cliente. Tuvieron una charla, le comunicó que el juez lo interrogaría por primera vez al día siguiente. Sin embargo, no hubo «día siguiente» para Mariles, que apareció muerto en su celda de la prisión de La Santé el 6 de diciembre. «Edema pulmonar», informó el parte oficial. «Veneno en el desayuno», sostienen sus familiares.

La vida de Arete había tenido su epílogo mucho antes, en febrero de 1952, tras recibir una patada de Cordobés, un caballo argentino, en un juego de establo. Intentaron recuperar a la leyenda colocándole una placa de plata, pero no hubo caso. El propio Mariles cavó la tumba del animal, en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano. En ese mismo lugar, caballo y jinete son homenajeados con una estatúa de acero, en tamaño natural. Saltan un obstáculo, otro de tantos. El trofeo, en este caso, es la «inmortalidad».