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EL PAÍS.ES/AGENCIAS

Hay clubes a los que es mejor no pertenecer. Y España se ha unido en el primer trimestre de este año a uno al que los acreedores miran con especial desconfianza por su vulnerabilidad frente a cualquier shock económico: el de los países de la UE con una deuda pública superior al 100% del PIB. El endeudamiento del Estado se ha situado en el 100,5% según Eurostat, la agencia estadística europea, un crecimiento del 1,4% respecto al trimestre anterior que también la sitúa entre los que más han visto crecer sus números rojos.

En esa lista le acompañan Grecia (176,3%), Italia (135,4%), Portugal (128,9%), Chipre (109,3%) y Bélgica (109,2%). La noticia preocupante para España es que de ese selecto círculo de seis países cuyas cuentas públicas presentan importantes desequilibrios, solo Bélgica ha aumentado a mayor ritmo la deuda en el último trimestre —más de tres puntos—, y en el conjunto de la UE se ha reducido en medio punto hasta el 84,8%.

El avance de la deuda pública española ha sido en los últimos años un camino plagado de hitos negativos: el pasivo superó en 2013 los 20.000 euros por habitante y la media de la UE, al año siguiente rebasó la de la eurozona, y en este primer trimestre ha traspasado por primera vez en más de un siglo la barrera del 100% del PIB. Es cierto que la deuda de España superó esa cifra en el primer trimestre de 2015, pero fue, en parte, por un efecto estadístico posterior.

La escalada ininterrumpida de la deuda pública ha hecho reaccionar a Bruselas, que ha avisado a España de que su economía está muy expuesta frente a posibles sacudidas en los mercados internacionales. En las últimas semanas la volatilidad derivada del Brexit ha roto la calma y permanecen latentes riesgos políticos como el avance de los populismos en Europa o el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos, y económicos, como la desaceleración de los emergentes y China, la crisis bancaria italiana o un eventual reinicio de las tensiones en la ahora durmiente tragedia griega.

En favor de España han jugado en los últimos años los bajos umbrales de deuda de los que partía antes de la crisis —del 39,1% del PIB, no muy lejos de la mitad de la media de la eurozona— lo que le ha permitido tener margen para aumentar el gasto para enfrentarse a la Gran Recesión y llevar a cabo el rescate a la banca, una situación a la que se enfrenta ahora Italia, que carga con un agujero de créditos morosos de 360.000 millones de euros sin apenas espacio para maniobrar por una deuda desbocada que ha logrado contener en el último año pero no reducirla. En contra de España está el fulgurante ritmo al que ha crecido su endeudamiento en los últimos años, muy por encima de lo que lo ha hecho en el resto de socios europeos salvo Grecia.

En su informe España 2016, las previsiones de la Comisión Europea apuntan a que tras tocar techo este año, la deuda española caerá paulatinamente hasta el entorno del 91% en 2026, último ejercicio que abarca el estudio. Los antecedentes muestran, sin embargo, la dificultad de que los pronósticos no se den de bruces con la realidad: Bruselas calculaba en 2012 un escenario base en que la deuda pública española no superaría el total del PIB hasta 2020, pero la incapacidad de España para atajar su elevado déficit, la crisis bancaria y el derrumbe de los ingresos por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, ha adelantado a la mitad de tiempo un escenario que en ningún caso barabajan por entonces las cifras aún más optimistas del FMI y del propio Gobierno.

En los meses de abril y mayo, no recogidos por Eurostat, la deuda pública española presentó un comportamiento variable. En el cuarto mes del año cayó de nuevo por debajo del umbral del 100% favorecida por el calendario de vencimientos, pero en mayo volvió a repuntar por encima de dicha barrera al crecer en 10.000 millones hasta los 1,088 billones, que representan el 100,09% del PIB.