Gastón Conejo Bascopé
Mi ciudad vive el tiempo de la sequia del invierno tradicional que este año se revela más despiadado en sus efectos naturales acompañando a una humanidad insensible y muy poco generoso con la vida vegetal.
No solo la sequía, otros factores se suman para agredir la vida ciudadana. Cochabamba calificada como una de las ciudades con la mayor polución en la patria, cuya atmósfera irrespirable golpea el olfato y el rostro cuando se arriba a su aeropuerto; las periódicas quemas forestales en su hermosa cordillera del Parque Nacional Tunari laceran el alma de quien ama a los árboles; la carencia de liquido elemento para saciar la sed de sus habitantes y curar el secano de sus espacios agrícolas cada vez más reducidos. La urbanización descontrolada, el parque automotor insufrible, las bocinas de decibeles traumáticos, el bosque de cemento. Últimamente, la poda destructiva de los árboles de calles y avenidas, la destrucción de los escasos pulmones ambientales como la laguna Alalay y el incalificable atentado político contra el predio vegetal del Club Hípico que, intervenido, alojará un enorme estadio para solaz de los rabiosos amantes del futbol regional, tan venido a menos.
Con motivo de una visita a la imprenta “Kipus”, me allegué a la plaza aledaña de los Corazonistas, también denominada Guzmán el Quitón.
En lugar de tomar asiento en una de las bancas polvorientas, sentí el llamado ecológico de observar el entorno de especies arbóreas. Encontré lo siguiente: seis palmeras washingtonia, dos toboroches orientales, ocho tajibos cruceños, dos gomeros argentinos, una araucaria chilena, dos ficus brasileros, un pino cochabambino señorial y antiguo, dos troncos añosos, residuos de molles nativos de otrora vidas vegetales centenarias. A pesar del notorio descuido municipal y de la indiferencia de los transeúntes, los ocho tajibos cruceños muestran su belleza en plenitud, han florecido majestuosamente, nada de hojas, solamente flores en hermosos apretados racimos. He visto también tajibos en algunas calles de Villa Granado, bien venidos sean. Escasísimas pajarillas ornadas de florecillas rojas, apenas cuatro en el parque Demetrio Canelas.
En el Parque de los Corazonistas llama la atención dos grupos de blancas estatuas en los extremos de la plaza, son niños sin pigmento, estáticos, inertes; evoqué las imágenes de seres inanimados que sorprendió el estallido del Vesubio. El artista de gusto estético extraviado pretendió configurar burdamente la alegría infantil, el resultado plástico dejó mucho que desear, los seis niños, cual rígidos fantasmas intentan jugar sin éxito en las dos fuentes de agua sin agua.
El parque rodeado de viviendas de mal gusto arquitectónico, la casa señorial del Ingeniero Artero fue derruida en beneficio de parqueo vehicular, queda una sola de adobe con tejado colonial, testimonio último de antiguos gustos citadinos. Al centro, la estatua añosa de la Virgen María, con pedestal de piedra vista descuidada, numerosos puntos de luz sin luz cuelgan de su vértice, y toda la columna desnuda, vacía de las placas sustraídas de remarcables eventos religiosos que ya nadie recuerda. Ausencia de pájaros horneros, de palomas, de flamboyanes peruanos, sólo tajibos orientales reclamando atención a sus flores, como suelen exigir con su lenguaje humilde esos seres superiores. Pobreza ambiental desesperante. Cochabamba de antaño envejeciendo permutada en su querencia de ciudad alegre. La turquesa del valle, perdido el rostro amable tan querido.
Cochabamba, julio 2016