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Raúl Pino-Ichazo Terrazas

(Abogado Corporativo, Posgrado en Arbitraje y Conciliación, Docente universitario, Escritor)

 Los Derechos humanos civiles y políticos están nítidamente expresados en la Declaración General de  Derechos humanos y rezan entre los principales para abordar el epígrafe: la igualdad de derechos, prohibición de discriminación, derechos participar en la gestión de  asuntos estatales; aquí  precisamente, debiera añadirse participación sin corrupción que es un síntoma real que algo no funciona o  no ha funcionado  bien en la gestión de un Estado. Las instituciones diseñadas para la interrelación entre ciudadanos y el Estado, se utilizan, en vez de ello, para enriquecimiento personal y para proporcionar beneficios de los corruptos. El mecanismo de precios que con frecuencia es fuente de eficacia económica, un elemento de crecimiento económico, puede, en forma de soborno, socavar la legitimidad y la eficacia  de un gobierno.

Todos los Estados, sean indulgentes o represivos, controlan la distribución de beneficios valiosos y la imposición de costes onerosos; esta distribución de beneficios y costos  de halla bajo el control de funcionarios  públicos que poseen un poder discrecional. Las personas y las empresas privadas que  desean un trato favorable  pueden estar dispuestas  a pagar para obtenerlo siendo estos pagos corruptos si se hacen ilegalmente a funcionarios  públicos con la finalidad de obtener un beneficio o evitar un coste.

 Referíamos que el derecho civil y político de participar en la gestión del Estado implica que ese funcionario actué con honestidad conciencia moral y ética funcionario, asumido este estado, la corrupción seria extrañada definitivamente, porque el funcionario que se beneficia del derecho a participar en la gestión del Estado debe respetar el derecho del otro que no participa en la gestión del Estado, entonces, se crea una estructura de eficaz solidaridad ya que el funcionario no aprovechara su poder discrecional para corromperse.

 Aunque los delitos de corrupción tienen una tipología penal, en la situación actual no es suficiente, pues cuando los funcionarios públicos no conocen otra alternativa que continuar con las costumbres que adquieren de sus propios jefes, el cáncer se expande y extirparlo  es casi imposible. ¿Cómo transformo a un funcionario corrupto a la honestidad si desde su inicio en la función pública solo aprendió el cohecho, a extorsionar y a vivir con ello de sobresueldos y a un nivel económico que no le corresponde?, la respuesta es el silencio debido a que el problema es mental por aferrada costumbre  transmitida para sostener el sistema de corrupción. Así como las drogas son un problema actual sin solución sino por la educación de los niños desde la escuela, de la misma manera se deben educar a los niños al conocimiento de la corrupción para que cuando ejerzan funciones públicas ya dispongan de la base moral incorruptible que desterraría cualquier atisbo de tentación.

 Se deben desechar los eufemismos sentimentales y educar a los niños con materias específicas sobre la adicción a las drogas y la corrupción, desde  la edad de seis o siete años, aunque duela el alma de los padres, apartándolos abruptamente de la ingenuidad y de la  vida despreocupada de la niñez, empero, es mejor enfrentarlos a la realidad oportunamente, antes que verlos reparando largas penas de privación de libertad en su adultez.

 De no encarar este problema con decisión y medidas draconianas, estos niños, ya conscientes,  exigirán explicaciones a las instituciones que regulan la educación y a los propios padres acusándoles de desidia al no someterlos a una educación rígida sobre estos temas que consumen y desestructuran irremisiblemente las sociedades.