Max Murillo Mendoza
En medio del Vivir Bien, almorzando un rico ají de trigo en el mercado central de Tarija, me ponía a pensar sobre la locura de Niza en Francia, donde otro loco mató a más de 80 personas en pleno aniversario de la revolución francesa. El mundo opulento recibe los coletazos de su manera de vivir, a espaldas del mundo y sin importarle un comino de sus resultados espantosos en su llamado desarrollo.
Es cierto que no es fácil entender que ese mundo opulento produce violencia y desigualdad por todo el mundo, porque estamos domesticados hasta los tuétanos por esa forma de ver la vida: destructiva y conquistadora de la naturaleza. Sobre todo las élites tercermundistas, las que diseñan y joden las instituciones del tercer mundo: esencialmente sacerdotes del desarrollo y la apuesta por la opulencia, como religión de consumo y malgasto por doquier. Y los europeos se olvidaron por completo de la vieja lección política: vive opulentamente marginando a millones y tendrás los terroristas más brillantes y dispuestos a todo.
Mientras siga el modelo de opulencia occidental, destructiva y marginadora desde siempre, pues será el caldo de cultivo ideal para producir terroristas a montones. La desigualdad y marginación es el terreno propicio para todo tipo de injusticias, como la generación de déspotas y caudillos que después terminan como los mercaderes ideales de guerras, de dictaduras en medio de democracias absolutamente débiles. Las periferias del llamado mundo desarrollado están sufriendo continuamente el desprecio económico de los que se consideran el mundo central. Sus políticas mundiales absolutamente injustas y legalizadas sangrientamente, sólo generan pobres, desnutridos, marginados, desplazados, experimentados por sus expertos en desarrollo. Hasta hoy nada han entendido, siguen creyendo ciegamente que la periferia es la culpable de sus propios errores. Sin entender un ápice que ellos son los causantes de esta modernidad destructiva, que ya lleva más de 500 años de desequilibrios, de injustos modelos económicos salidos de las oficinas más lujosas de aquellos países que viven a espaldas del mundo.
En realidad el Vivir Bien es una alternativa a esa destrucción, que tenemos como modelo de desarrollo y no ha cambiado en nada a pesar de los enfoques más postmodernos actuales. El Vivir Bien debería ser filosofar sobre nuestras costumbres de reciprocidad, de compartir la riqueza no para ser opulentos y derrochadores sino precisamente para gozar de otra manera lo que se produce. Eso uno lo vive en nuestros mercados populares de comida, por abundancia y de buena calidad. Esa riqueza del comer bien se reparte por igual, para todo gusto y sabor. Para realmente compartir con todos, con todas las clases sociales y con todas las etnias. Filosofías olvidadas y aplastadas por las copias occidentales de la opulencia y la desigualdad, porque occidente sólo puede vivir si hay desiguales y esclavos, esos insumos justifican l existencia de su modelo de desarrollo. El Vivir Bien debería romper los mitos del desarrollo occidental; pero necesita ser repensada de otra manera, no por los actuales pensadores que son en realidad sacerdotes del modelo occidental, y pues imposible que entiendan lo que es en realidad el Vivir Bien.
La locura del mundo opulento, donde se están generando las matanzas más irracionales por tanta opulencia, tiene que llevarnos a pensar y diseñar otras alternativas a esa locura. Occidente se baña en su propia sangre, los inocentes siempre fueron los que riegan esa sangre, es parte de los ritos religiosos de esa civilización que siglos después no acaba de entender que este mundo es nomás lo que ellos diseñaron e impusieron: a sangre y fuego. Lo grave es que los pensadores e intelectuales del sur son los vasallos perfectos, discípulos, de esa manera de ver el mundo: conquista la naturaleza y destrúyela para vivir bien.
Quizás estemos todavía a tiempo para generar otro tipo de alternativas, de otros tableros de ajedrez para jugar otros juegos en la vida, no la conocida y destructiva de la civilización occidental. Quizás todavía estemos a tiempo para profundizar nuestros propios mercados de riqueza, de comida y disfrute por doquier, sin necesidad de entrar a esa locura maquinaria del mercado desigual de occidente: depredador, conquistador, marginador y sangriento. Quizás estemos a tiempo todavía de escapar de ese salón de la muerte que es el desarrollo occidental, y pues más bien profundizar lo nuestro: estos mercados de comida que resumen lógicas milenarias de otro tipo de comercio, y goce de la riqueza.
Yo termino mi rico ají de trigo, en este repleto mercado central de Tarija donde sí respiro el Vivir Bien.
Tarija, 15 de julio de 2016.