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Cuentan que un joven adolescente le dijo a su padre que quería ser un líder, y le preguntó cómo podría lograrlo. A lo que el padre le respondió que lo primero que tenía que hacer era estar consciente de sus conductas, que cada vez que sintiera que había hecho daño a una persona, clavara un clavo en la cerca de su casa…

El joven aceptó el reto y empezó a tomar mayor conciencia de sus actos y siguiendo el consejo de su padre, comenzó a poner clavos con el martillo cada vez que hacía daño, maltrataba a una persona o no la respetaba.

Luego de un tiempo el adolescente dejó de poner clavos en la cerca, porque ya era consciente de sus actos y trataba bien a las personas. Entonces le preguntó a su padre: “¿Y ahora qué hago?”. El padre le respondió diciéndole que por cada acto de bien y servicio que realizase, sacase un clavo de la cerca…

El joven nuevamente aceptó el reto y empezó, poco a poco, a sacar los clavos, ya era una persona conciente de sus actos y además se dedicaba a ayudar a las personas. En poco tiempo logró sacar todos los clavos y contento, se acercó donde su padre, quizá con un poco de soberbia y le dijo: “¡He terminado, logré sacar todos los clavos, finalmente he aprendido a ser una mejor persona, un líder!”.

Pero sin embargo, acto seguido, antes de que su padre le respondiese le asaltó una duda y le dijo: “¿Ahora qué haremos con todos los huecos que dejaron los clavos en la cerca?”. El padre sabiamente le respondió: “No los toques, están allí para recordarte siempre que en tu camino de aprendizaje dejaste huellas de dolor en la gente y que gracias a su entrega, comprensión y colaboración ahora puedes ser la persona que eres…”.