Se dice que cierta vez, le preguntaron a una madre cuál era el secreto que poseía para conseguir que todos y cada uno de sus hijos fuesen tan apreciados por los demás, y ella respondió serenamente: “¡Mi primera lección es enseñarles a sonreír!”.
Seguidamente resumió los consejos que ella les daba a sus hijos así:
“Sonrían hasta que noten que su seriedad o su dureza habitual haya desaparecido; sonrían hasta que logren que el calor de su rostro alegre caliente incluso su corazón, que de vez en cuando tiende a ser frío; recuerden que su sonrisa tiene que ganar amigos para ustedes y almas para Dios. Sonrían a los rostros que parecen solitarios, sonrían a los rostros enfermos, sonrían a los rostros arrugados de los ancianos y sonrían también a los rostros de los mendigos…
Dejen que su familia disfrute de la belleza y de la inspiración que proviene de su rostro sonriente. Cuenten el número de sonrisas que hayan despertado en otros durante el día, pues ese número representará las veces que ustedes han fomentado la felicidad, la alegría, el ánimo y la confianza en otros corazones; la influencia de sus sonrisas, se extenderá hasta lugares insospechados, además con una simple sonrisa, pueden ganar un sinnúmero de verdaderos amigos…
Algo muy importante y que nunca pero nunca deben olvidar, es sonreírle también a Dios, aceptando siempre su divina voluntad, por más dura que parezca, recuerden siempre que sufrir con amor es delicioso, pero sonreír en el sufrimiento es el arte supremo del amor; sonreír en el sufrimiento es cubrir con pétalos vistosos y perfumados las espinas de la vida, para que los demás sólo vean lo que agrada, y Dios, que ve en lo profundo del ser, tome en cuenta como los va a recompensar”.