Algo pudimos ver pero según nos contaron ya no era igual, su canto había bajado de intensidad, ya no tenía la fortaleza de antaño, le quitamos la potencia de su estruendo al pasar a nuestro lado. Lo debilitamos sin darnos cuenta que nos hacíamos daño nosotros mismos pues todo a su alrededor comenzó a morir. Hoy la estampa da lástima y rabia.
Nuestro río Guadalquivir, tan parecido al de Andalucía en el viejo continente, que enamoró a los conquistadores serpenteando en un valle hermoso va desapareciendo como latidos que se distancian y se vuelven sordos y lejanos. La irresponsabilidad es la causante de la muerte de nuestro río, es la que provoca que nuestra ciudad pierda su pulmón de vida. La explotación abusiva de sus áridos a vista y paciencia de quienes debían hacer algo porque tienen la autoridad y el poder para hacerlo, seguimos preguntando porqué alguien dejó que miles de volquetes llenas, cargadas, pasen por sus narices sin hacer nada al respecto. Preguntamos si eso favoreció a alguien en particular, si alguien se sirvió de tan destructiva actividad.
Los desechos de la urbe ensucian el Guadalquivir, lo contaminan e intoxican de manera letal y una vez más alguien vió sin empacho alguno como nuestros desechos simplemente fueron aplastando sus aguas. Y otra vez la pregunta…¿por qué?…y no sólo se trata de aguas sucias por desechos humanos naturales sino de contaminantes provenientes de fábricas, curtiembres, talleres mecánicos, etc….y eso solo se dejó pasar sin hacer nada al respecto.
El Guadalquivir ya tiene su verdugo, ese quien le dio más que el tiro de gracia, pero también tiene a sus hijos que por su inactividad, su dejadéz, su no importismo, se convirtieron en igual de culpables que ese verdugo porque no supieron frenar el castigo sin razón, no supieron protegerlo y dejaron hacer, vieron y no actuaron, no lo salvaron. Ese gran peso estará siempre sobre la espalda del pueblo tarijeño que creyó en su río eterno que hoy se va rumbo al olvido convertido en un triste y oscuro hilo de recuerdos.