Max Murillo Mendoza
La sociología norteamericana de la tercera ola, allá en los años 90, calificó a varios de los Estados en el mundo, por ejemplo México, Afganistán, Etiopía, Haití, etc, como instituciones que fracasaron en construir o imitar a los Estados gringos. En resumen los Estados gringos son los ejemplos de cómo tienen que ser realmente los Estados. De ahí se desprenden todas las teorías de Estado, que juzgan hacia el sur y por supuesto las condenan porque no imitaron bien en sus propósitos suyos, en sus procesos de construcción institucionales. Uno de los conceptos más importantes de esas clasificaciones fue el de fallidos, es decir fracasados. Pero a estas alturas y con los fracasos de los Estados gringos y sus “Estados del Bienestar”, pues esos Estados son también fallidos; los nuestros quizás desnutridos.
Los norteamericanos están cada vez más preocupados de sus propios fracasos, profundas desigualdades sociales e incertidumbres económicas que están provocando, como desesperación colectiva, apoyos a desaforados políticos como Trump. Como es evidente también están militarizando su política hacia el mundo, porque los negocios y el poder no se negocian. Los europeos están pagando caro su rastrera manera de haber seguido ciegamente, torpemente, a las políticas norteamericanas. El año 2.008 cuando se cayeron las bolsas de valores en Estados Unidos, se cayeron inmediatamente las europeas, porque son sólo patrios traseros del poder norteamericano, llevando consigo a la destrucción misma de los Estados del Bienestar. Millones de desocupados, migrantes expulsados, crecimiento exponencial de la pobreza y la miseria como en España, Grecia o Portugal, dejan realmente en entredicho los valores supremos de esos Estados.
En suma pues lo que los teóricos gringos desde siempre nos sugerían imitar a sus Estados, tienen que estar avergonzados ya que sus fracasos, y rotundos, les quitan total legitimidad para decirnos lo que tenemos que imitar. En sus términos hipócritas de moralidad: no tienen moral. Los modelos de aquellos Estados ya no son tal, sino museos medievales para mostrar las montañas de fracasos bañados en sangre, miseria y mentiras. Estados que han sacrificado a sus poblaciones por banalidades, egoísmos personales totalitarios y revanchas históricas de reyezuelos o políticos resentidos. Los contenidos de esos Estados “ejemplos” están abarrotados de cadáveres y sangre, por donde se los vea. Su modernidad aún es peor de sangrienta, como existencial y filosófica.
En nuestro caso lamentablemente nuestros Estados tienen la profunda herencia colonial, mental, costumbrista, religiosa e institucional. La primera tarea que hicieron los occidentales al llegar a nuestras tierras, fue destruir todo: Estados (en términos suyos), religiones, instituciones, organizaciones y mentalidades como costumbres. Sobre esas destrucciones sangrientas y brutales, impusieron sus imaginarios de Estado, a imagen y semejanza de sus Estados. Impusieron sus leyes, que eran leyes de sus realidades ajenas y distintas a las nuestras. Impusieron todo lo suyo, como imitación burda y escolástica de lo que había allende los mares. Hasta hoy eso sigue vigente. La descarada imitación teórica y práctica de quiénes dizque son los pensadores, intelectuales, de las formas de Estado por el sur del mundo, sigue nomás vigente. Difícil cambiar semejante maquinaria mental de la imitación, de la religiosa costumbre de ver como lo atrasado a nuestras culturas y naciones. Esas poderosas mentalidades de la colonialidad, de la dependencia y de la imitación a todo lo gringo, siguen entre nosotros. La supuesta modernidad sólo encubre esas costumbres, sólo las legitima.
Hasta hoy lo que tenemos son Estados desnutridos, sin imaginarios culturales, sin identidades históricas y sin modelos propios. Se intentan darles direcciones y consciencias de Estado; pero en lo profundo de las mentalidades siguen nomás los tufos coloniales, racistas y pigmentocráticos teóricos, para seguir viendo nuestras realidades a ojos y espejos de los Estados gringos. Ni los brillantes imitadores pudieron montar Estados interesantes; los alternativos estuvieron siempre perdidos en sus extravagancias y experimentos que terminaron en fiascos históricos. Los supuestos que se están manejando para cambiar y remodelar las instituciones son, otra vez, continuidades y solo retoques formales para no cambiar las estructuras coloniales.
Los inventos de libertad, hasta el ridículo de tener una casa de la libertad, y de una nueva patria a partir del siglo XIX son las pruebas más contundentes de que el Estado colonial no ha cambiado, sino modificado en función de las modas y los tiempos coyunturales de las distintas épocas. Las mentalidades son instrumentos poderosos que permiten las continuidades, las costumbristas maneras de pervivir, en sus raíces culturales y visiones del mundo. Construir un nuevo Estado quiere decir reconstruir nuestras culturas, es decir volver a las raíces mismas del siglo XVI o XV, así de claro. Los judíos para reinventar su Estado el año 1948, tuvieron que regresar en su historia 2000 años atrás para resucitar a sus mitos, sus costumbres, su idioma y su propio dios. Eso es lo coherente.
Entonces es razonable que no tengamos realmente un Estado que refleje lo nuestro, sino un o unos Estados raquíticos, desnutridos o simples imitaciones de los Estados occidentales, sin personalidad histórica ni sello propio. Las debilidades se pueden explican sencillamente, a todas luces porque no contemplan culturalmente ningún síntoma o elemento que inmediatamente refleje lo nuestro. Lo nuestro que a pesar de su destrucción por el odio y el racismo, durante siglos, se ha mantenido y sobrevivido en nuestras economías, costumbres, organizaciones y lógicas comunitarias muy poco entendidas precisamente. Pues bien, quizás los ciclos regresan y quizás tengamos por fin una oportunidad para resucitar nuestros verdaderos Estados, destruidos con la conquista de occidente allá en el siglo XVI.
Los Estados fallidos gringos nada tienen que enseñarnos. Su modernidad ha sido destructiva y decadente. Los resultados son hoy evidentes: destrucción de sus tejidos sociales, cambio climático y destrucción global de la naturaleza. La pelea actual por estos lados del mundo es convencer a sus descendientes coloniales, y sus poderosas mentalidades, a reconocernos de manera igualitaria, recíproca, y alfabetizarles en sus ignorancias frente a nuestras culturas y nuestras instituciones que son herencias de nuestros Estados ancestrales. Tarea compleja pero necesaria.
La Paz, 10 de junio de 2016.