Susana Seleme Antelo
Un solo libro: en una cara La Francesita, novela del historiador y novelista Alcides Parejas Moreno, adaptada para teatro por René Hohenstein, con puesta en escena y dirección también suyas.
En la otra, Ana Barba, la primera obra escrita para teatro por Parejas, que siempre sorprende, y llevada a las tablas también por el mismo director.
Impresas en un mismo ejemplar, evoca lo que en el toreo español se llama al alimón. Consiste en que dos lidiadores capean simultáneamente al toro, agarrando cada uno un extremo del mismo capote.
Su origen parece ser una antigua ronda infantil. Pero también hay ejemplos en las letras como los relatos entre José Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, o entre Pablo Neruda y Federico García Lorca, en un homenaje literario a Rubén Darío, el poeta de América. O en una canción de Víctor Manuel y Pablo Milanés: “blanco y negro de Lorca y de Guillén; blanco y negro, la tinta y el papel, dos voces son mucho más que dos, por eso al alimón con Pablo canto un son”.
La repetición de sílabas tan sonoras, gramaticalmente se conoce como aliteración. Y como dice un poeta, solo el amor produce la maravilla.
El amor a la palabra, a la palabra dicha y a la palabra escrita que transmiten sentimientos y emociones.
La palabra, en ese proceso maravilloso de creación que permite que el pensamiento y las ideas recorran el trayecto desde la cabeza a la mano, como pensaba Franz Kafka.
Por eso las palabras son las que nos distinguen del resto del gran reino animal.
La palabra como expresión de amor a la patria chica, sin ser provincianos, como nos espetó un expresidente, cuando solo desde el campanario se puede ver la patria grande y el ancho mundo.
La palabra que es también culto a la amistad, por eso Parejas y Hohenstein pueden editar un libro “al alimón”, escribiendo o poniendo en escena dos joyas históricas.
Escribir la historia de los pueblos es también un combate, no a sablazos, balas, cañones, aviones, misiles o drones como hoy.
Es un combate de ideas y de conciencias para rescatar las historias no escritas y desdeñadas por los poderes centrales, esos que escriben las historias oficiales siempre mezquinas con las historias de los pueblos chicos.
Como todo acto de creación literaria, los hilos que sostienen la acción narrativa, pueden ir desde una perspectiva histórica, descriptiva, filosófica, o de ficción, pero serán siempre para reflexionar y enseñar, y también para emocionar y entretener como dicen en CASATEATRO, que dirige René Hohenstein hace 30 años.
En La francesita, fiel a su amor por estas tierras, Alcides Parejas rescata el monumental libro VIAJE A LA AMERICA MERIDIONAL de científico francés Alcides D’orbigny que visitó Santa Cruz y la Chiquitanía entre 1830 y 1832.
Comparto con el escritor cruceño la admiración por ese científico genial, que vio en esta región, lo que nunca vio el poder andino.
El historiador la capta, transporta las ideas de su cabeza a su mano y logra una obra de época de la ciudad-pueblo de entonces, matizadas con fidedignas notas de D’orbigny. “Santa Cruz era una fiesta” escribió y en ese ambiente festivo, salpicado por las costumbres del momento, el autor teje una entrañable y triste historia de amor entre sus dos protagonistas: Alcides y Clotilde.
De la obra que transcurre en dos escenarios: Santa Cruz de la Sierra y Buenos Aires, Hohenstein hace una magnífica versión teatral, con fidelidad milimétrica.
La escena en que Clotilde -Vanesa Fornasari en la obra- en posición de parto grita “Voy a parirte hijo, nacerás en esta tierra cruceña y serás un mestizo de América” no deja a nadie indiferente. El fruto de sus amores con el francés, reivindica el mestizaje que nos identifica, aunque lo nieguen.
Con esa puesta en escena, el director dice que puso “de pie a las letras impresas en páginas de un libro”.
Una nota de El Deber, de hace unos meses, decía que René Hohenstein, cochabambino, es “patrimonio histórico de Santa Cruz”. Lo es por el amor a esta tierra que es suya, porque así lo ha querido, y también lo quieren, quienes bien le quieren.
Para esribir Ana Braba La Patriota, Parejas Moreno recurrió a su primigenia formación académica de historiador, se impuso un nuevo método narrativo, el teatro; una vez más echó mano de su identidad de cruceño a toda prueba y activó su vocación didáctica, como en todas sus obras anteriores.
¿Quién era Ana Barba, de dónde sale su vocacion libertaria y amor por su patria chica? A esa mujer que rescató de la picota donde estaba expuesta, la cabeza del prócer Ignacio Warnes, tras la batalla del Pari, Parejas la saca de la peneunbra y el olvido histórico y la hace una Mujer con nombre y apellido.
Y argumenta el sentido ético, filsófico y de género de ese nombre y apellido con otra historia, narrrada en la Biblia y honrada por el pueblo hebreo en la anual fiesta de Janucá: la de los 7 hermanos macabeos y su madre.
El independentista cura Salvatierra, narra Parejas, le cuenta a Ana la historia de esa madre que vio morir, en un solo día, martirizados, a sus 7 hijos. “Sabía que morían por sus principios y siempre estuvo apoyándoles… Uno de los principios de estos mártires era la libertad. Fijate cómo es de injusta la historia, mientras que el libro sagrado registra el nombre de cada uno de los siete hijos, a ella sólo la menciona como ‘la madre de los Macabeos’… Vos, querida Ana, estoy seguro de que vas a ser recordada con tu nombre y apellido.”
Alcides Parejas tenía todas las herramientas para dárselos: dotó a la obra, a la heroína y a los personajes la emoción, los barullos socioculturales y las múltiples determinaciones políticas de aquella sociedad oriental, en lucha por su independencia.
La puesta en escena de Hohenstein es contundente: austera, sobria y va enriqueciéndose con su diestra mano, experimentados actores y una música que conmueve, la de su hijo Ilya.
Ahí se mezclaron el amor por la palabra con la accion; la voluntad con el talento de una Victoria Soruco en el papel de Ana, que protege la cabeza mutilada del cuerpo del prócer y la tiene enterrada, bajo su cama, durante 9 años.
Ya proclamada la independencia, en la escena final aparece Ana-Victoria Soruco, en la mitad de la escena, solo ella iluminada y con agigantado talento dramático proclama: “Yo, Ana Barba apodada La Zarca, mujer con nombre y apellido; rindo homenaje al coronel Ignacio Warnes, mi padrino, mártir de la libertad”.
Y se estremece el alma por el tributo a esa Ana, que representa a tantas otras mujeres invisibilizadas en las historias oficiales.
Alcides Parejas Moreno me dedicó esta “Ana Barba” patriota y mujer con nombre y apellido, a mi, en la premier teatral y edición impresa. Y es una benevolencia que me cubre de gracia y que agradezco porque es una historia más grande que nosotros mismos.
Al alimón, Alcides y René porque dos voces son mucho más que dos… al alimón, que andamos con el amor por la palabra y por esta tierra a flor de piel.