Noticias El Periódico Tarija

Max Murillo Mendoza

Deben ser, tienen que ser tiempos duros y extraños para que un país no tenga realmente algo más interesante, o al menos alternativo a la hora de elegir a sus burócratas de turno. El caso de nuestro vecino país parece ser que las cosas son peores que los cuentos más truculentos, de pésima calidad y sin sentido alguno. En pocos días millones de peruanos serán engañados impunemente para escoger, ni modo, entre la derecha neoliberal del brazo de un empresario de apellido ruso o croata; y la hija de Fujimori, aquel samurái japonés que ensangrentó al Perú para dizque liberarle de los bandidos terroristas. Como en la película La Naranja Mecánica, el Estado terrorista y represor fue más brutal y sangriento que  los terroristas más sanguinarios. En realidad el Perú tiene que escoger entre el peor y lo peor, matices más matices menos.

Ollanta Humala sólo fue un espejismo más, otro engaño de las articulaciones poderosas de ese Perú absolutamente absorbido por sus señoriales capos, que vienen allende los mares de la conquista y la corona imperial española. Espectros que no han cambiado en absoluto en sus presentes realidades, los apellidos extranjeros son los más comunes en nuestras realidades porque lamentablemente los Estados, herencia de dichas estructuras imperiales, no han cambiado en los manejos más importantes de esos espacios. Humala fue solo una ficha más, un peón de esos oscuros y todopoderosos mecanismos coloniales, que no cambiaron en nada. Al final en Perú todos apuestan al crecimiento económico a costa de cualquier cosa, a costa del inmenso sacrificio de los más pobres y los marginados que son millones. Lo importante es mostrar al mundo que el capitalismo salvaje tiene resultados.

No existen alternativas en Perú al grado que la llamada izquierda apoyará al viejo neoliberal, izquierda que siempre fue colonial, de apellidos y familias bien que quieren el poder a nombre de la  izquierda y el pueblo. Son izquierdas tan parecidas por estos lados del mundo. Izquierdas señoriales, racistas, imitadoras de realidades tan distantes como extrañas; pero justificadas en biblias rojas donde se relatan míticas jornadas heroicas de pueblos y culturas lejanas, a los que tienen que imitar rezos incluidos, e imponer a nuestras realidades a punta de martillo aún nuestras realidades sean absolutamente distintas, cultural e históricamente. Pues que la izquierda peruana apoye a la derecha, en realidad sólo cumplen lo que siempre hicieron. Nada que venga de esa izquierda debe extrañarnos, es nomás su manera y forma de actuar desde su propio nacimiento en cuna señorial y racista.

El Perú solo repite ritos señoriales. Después de la debacle maoísta, que fue quizás lo más interesante que le pasó a la izquierda radical, ya no quedan más grupos alternativos. El fracaso de la izquierda peruana es evidente. La izquierda ha quedado en el museo de los cafecitos pequeñoburgueses, para el deleite de ellos mismos y de su inutilidad histórica. Eliminado del espectro político peruano, ya no tiene nada que hacer y de sus propuestas sólo quedan papeles y tinta gastada, en la nostalgia de los cementerios burgueses. La burguesía y la oligarquía peruana se han adueñado incluso de la historia incaica, de sus nombres, de sus apellidos y hasta de sus mitos para seguir dominando y señoreando en la política peruana. No les alcanzó la estatura para hablar el quechua, por su esencia extranjera y colonial; pero todo lo demás lo han asumido y muchas de las calles de las ciudades del Perú tienen nombres incaicos, y apellidos indígenas porque de eso se trata: adueñarse de la historia para seguir explotando y expoliando, como hace siglos, como siempre y como los capitales del norte lo ordenan. Y como la izquierda peruana lo desea en el fondo de su estructura espiritual e histórica.

La Paz, 2 de junio de 2016.