Noticias El Periódico Tarija

Sergio Reyes Canedo

Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. (Santiago 3.6).

La retórica discursiva es siempre un parámetro que permite medir la salud del “animo democrático colectivo”, dato fundamental que permite reflejar también, la consistencia del valor público que generan o dejan de generar las instituciones formales del estado.

Revisando una síntesis de noticias políticas de las últimas semanas redactados por los principales medios escritos del país, resalta la metástasis que enferma el debate político contemporáneo.

Y aún que este es un mal presente en casi toda la clase política desde el inicio de la democracia populista, es patente la devaluación del mensaje político; a lo que debe sumarse, la falta de escrúpulos de muchos que un «santiamén» cambian de bando ideológico sin ruborizarse.

Poco a poco, el debate se distancia de los ideales que consagra la Constitución, para aterrizar en un esgrima coyunturalista, virulento, comparable metafóricamente con un deporte de contacto.

El déficit de decencia, siembra la sensación de que algo anda muy mal en nuestra democracia.

Hay que tomar en cuenta que nuestra sociedad no es inmune a la angustia y la frustración; estados psicológicos que promueven el consecuente despojo de las responsabilidades ciudadanas en el sostén del sistema democrático.

En el intercambio de opiniones, cada vez se acepta menos la crítica y se culpa más al “otro”. Las etiquetas de “derecha” e “izquierda” polarizan las contradicciones y favorecen el aislacionismo partidario.

A esta fecha, la virtud de intermediación de la gran mayoría de líderes políticos entre la sociedad gobernada y el resultado concreto ha desaparecido; muestra clara que el personalismo caudillista sigue entusiasmando los lideratos.

Mi conclusión, es que la política que tenemos, no es la política que necesitamos. Una fotografía del presente nos mostraría un conciliábulo malvado disputando tierra infértil entre facciones irreconciliables y odios tribales, donde muy pocas y honrosas excepciones se mantienen fieles a valores y principios y los defienden desde la plataforma del fundamento reacional.

Ante este difuso retrato de la realidad democrática, pienso que el sentimiento cívico que hemos demostrado en innumerables ocasiones, puede rescatar una filosofía anclada en la tolerancia y el bien común.

Es urgente recrear la política desde el punto de vista de los valores del sistema democrático y no de los viscerales discursos reactivos y los personales intereses, sino, como un imperativo moral sujeta a valores y principios inmutables.

Es hora de volver atrás y sanar esta fisura devolviendo el verdadero contenido al debate nacional y local retomando la importancia de una institucionalidad estatal saludable, lejos del poder omnímodo, replantear nuestra visión autonómica, fortalecer la institución familiar y volver a mirar los fundamentos del desarrollo humano. Estos son los temas que deberían en el fondo ocupar nuestro esfuerzo.

Finalmente, quiero anotar, que el padecimiento del subdesarrollo esta ligado a la calidad del debate político, por tanto, re-valorizarlo, supone también contribuir al desarrollo de nuestros pueblos.