Nayú Alé de Leyton
Cuando recordamos la venida del Santo Espíritu de Dios sobre los apóstoles, ellos se llenaron de sabiduría, de fortaleza, del amor de Dios, se les encendió el corazón comenzaron a evangelizar, a comunicar, a propagar la doctrina y el amor de Cristo, la gente comprendía, aceptaba y se convertía, los hombres nunca rechazan el amor, porque trae paz, armonía, felicidad.
En nuestro mundo de hoy cómo se nota la ausencia del Espíritu Santo, cómo se necesita sus presencia, ¿por qué hay tanto egoísmo? Porque todos piensan en si mismos, las naciones buscan su propio beneficio, los pueblos son invadidos por la corrupción, es que los hombres han perdido la conciencia de pecado, todo les parece normal, la corrupción en todas sus formas flagela a la humanidad, el odio y la ambición de poder y de la riqueza se han convertido en las nubes oscuras que enceguecen y no se puede vislumbrar la luz de la verdad, de la moral, de la ética. Todo esto trae como consecuencia el desmoronamiento de los valores fundamentales para la convivencia pacífica y armoniosa entre los pueblos, entre las familias, es decir entre unos y otros, hombres y mujeres.
El mundo está lleno de discordia se siembra la cizaña conforme a los intereses de cada uno, se escuchan las voces de quienes atacan y destruyen la paz.
Si el Espíritu Santo estuviera presente en nuestro mundo, como cambiaría la vida de cada uno, hablaríamos y actuaríamos con sabiduría y sobre todo comprendiendo, perdonando, buscando la paz que Jesús nos dejó cuando dijo: “Mi paz les dejo, mi paz les doy” (Jn. 20,19). Pero esa paz la hemos destruido porque hemos dejado que el monstruo del egoísmo invada nuestro corazón y destruya todo sentimiento de amor a la verdad y a la justicia y es así que acallamos a nuestra conciencia.
Tenemos que pedir la presencia del Espíritu de Dios que es el amor del Padre y del Hijo, es el dador de los dones que tanta falta nos hacen para vivir con Dios presente en nuestras vidas, porque el mundo se ha olvidado de Dios, los mayores y los jóvenes; Dios está ausente en las familias, lo hemos olvidado o lo hemos relegado a segundo plano, nos acordamos de Él sólo en fechas especiales.
Jesús prometió la venida del Consolador, del Espíritu para que nos dé fortaleza, sabiduría, discernimiento, piedad, temor de Dios y muchísimos dones necesarios para vivir con Dios y en paz entre hermanos.
El Espíritu Santo es el reconciliador, que nos ayudará a caminar por el sendero que nos lleva a la paz tan ansiada por el mundo.
Pidamos al Espíritu Santo esa luz interior que ilumina con los ojos de Dios la normalidad de la vida para que Dios sea todo en todos (1ra. Cor.15-28) persona, familia, profesión, relaciones sociales, todo.
Acerquémonos al Espíritu de Dios para gozar de esa alegría interior que nos impulsará a vivir en justicia y con esperanza de un mundo mejor.