Noticias El Periódico Tarija

Max Murillo Mendoza

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Si las ciencias sociales deberían o no ser instrumentos de cambio en nuestras sociedades, pues se seguirán discutiendo en los escenarios de nuestras universidades. Lo cierto es que cuando uno termina la universidad ya no se ocupa de esas charlas de cocina o de adolescencia, sino que articula la proyección en lo posible profesional, de trayectoria funcionaria y con suerte de aporte a las ideas de nuestras coyunturas generacionales. En el caso de los historiadores es todavía más jodido, porque no hay trabajo desde las políticas de Estado, a nadie le interesa la historia en este país y realmente es un enorme desafío personal como de aventura terrible animarse a estudiar historia, cuando el quehacer de esas aguas desde siempre se encuentran en manos de oligarquías, o aspirantes a oligarquías, extranjeros que tienen filtros culturales y nomás interpretativos propios y grupos de clases altas que jamás entienden y hasta hoy no entienden de nada, y no exagero, sobre el país en el que se encuentran. Los llamados procesos de cambio evidencias otra vez esta constatación. Y pues, esos grupos económicamente poderosos y con tiempo para pensar y escribir de nuestras historias tienen en sus manos los destinos precisamente de lo que llamamos historia e historiografía en Bolivia.
Los libros de historia en Bolivia son la repetición secuencial de los triunfos de los grupos coloniales, después republicanos, que se repartieron el poder económico, social e ideológico de estos territorios. Incluso los más inquietos llamados izquierdistas, que son hijos rebeldes de sus padres derechistas, confirman esa regla. De hecho si se hace lista estricta de los nombres de los insignes hombres, escritores e intelectuales, de la izquierda son apellidos extranjeros o de connotados apellidos de la oligarquía terrateniente o minera. Cuando estos se empobrecieron, por ejemplo con la reforma agraria, se hicieron izquierdistas. Es decir, el poder sigue nomás en manos de esas élites que devienen desde tiempos inmemoriales: desde la colonización e invasión de occidente a nuestros territorios. A pesar de unas anécdotas sobre lo popular o indígena, que aparecen en aquellos libros, la secuencia es nomás la constatación de la historia tradicional. Son en cierto sentido los cuentitos de los triunfos de esos señores señoriales. Esquemas estructurados para interpretar todos los acontecimientos de los hechos sucedidos y por suceder por estos territorios.
No es lo mismo relatar los acontecimientos con lujo de detalles, como son los libros de historia, estéticamente bien hechos y relatados que interpretarlos desde las profundidades de esos mismos hechos. Los ojos de los historiadores tradicionales están impregnados de colonialidad, es decir de los filtros occidentales triunfadores en el proceso de imposición a sangre y fuego de unas lógicas económicas e ideológicas, sobre otras lógicas vencidas sangrientamente. Ahí no hubo ningún proceso de sincretismo o simbiosis cultural como quieren hacernos creer esos historiadores y cuentistas de la colonialidad. Esas profundas diferencias como concepciones y miradas del mundo, no están representadas en los libros de historia de Bolivia. Y esa tradición de la invasión se retrata entonces en la ideología de la educación, de las costumbres y de todo lo demás: horas cívicas, desfiles, etc. La visión de los vencedores es la ideología oficial y que debe ser respetada fielmente, a riesgo de perder la vida misma. Desde niños mamamos esa ideología, la escuela y la universidad refuerzas totalitariamente a las visiones del vencedor y su ideología foránea: anti indígena, es decir anti nuestras nacionalidades consideradas por aquellas visiones occidentales como atrasadas, no civilizadas y no aptas para el progreso y el desarrollo.
A pesar de esa maquinaria demoledora y poderosa que es la historia tradicional, como única mirada de la historia de este país, se han realizado enormes esfuerzos por parte de historiadores quechuas, aymaras y guaraníes. La historia oral y la sociología de la periferia desarrollada ya por los años 80 del anterior siglo, han intentado romper ese cerco ideológico como invisible de la historia tradicional boliviana, justificada desde todos los ámbitos de todas las instituciones estatales y privadas. Pero todavía el proceso es largo. Cambiar costumbres mentales e ideológicas de siglos y siglos como las únicas referentes de nuestras convivencias no son fáciles. Ni siquiera la modernidad con su fuerza y brutalidad ha logrado cambiar esos referentes. La modernidad en Bolivia es sólo un cascaron de adorno y pinta, por adentro de su espíritu y forma sigue nomás la mentalidad tradicional y colonial nada moderna. En todo caso los caminos y sendas abiertas por esos pensadores de nuestras nacionalidades, son procesos que tenemos que continuar y alimentar con más desafíos a lo establecido.
Las universidades son uno de los filtros de las visiones tradicionales de la historia. En nada han modificado o al menos revolucionado hacia concepciones más actuales y modernas, incluso en términos de ellos mismos. Siguen siendo repetitivas y escolásticas, como continuidades de la educación tradicional secundaria. Las universidades siguen cumpliendo el rol de adoctrinamiento y entrenamiento para las justificaciones del poder colonial: normas, leyes romanas y medievales y cómo no la historia tradicional, como el manto ideológico de esas lógicas.
Las políticas de Estado son en realidad, desde las visiones del Estado moderno europeo, las aspiraciones de las poblaciones autóctonas hechas institución. El llamado ciudadano es la prolongación del Estado, para cuidar del Estado y éste para cuidar al ciudadano. Por estos lados no tenemos esas concepciones de Estado, sino todo lo contrario por razones históricas. Pero son también enormes desafíos estructurales en la construcción de Estados que realmente respondan a nuestras realidades. Porque mientras no tengamos políticas de Estado nuestras y propias, no tendremos historias nuestras. Los historiadores seguiremos siendo sacerdotes rebeldes o sumisos de la historia tradicional, sin demasiadas novedades ni siquiera herejías potables para cambiar los rumbos de las tradicionalidades y escolásticas visiones de la historia de Bolivia. Y seguiremos nomás andando paralelamente como hasta hoy, con historias distintas y profundamente distintas conviviendo juntos cotidianamente; sin diálogos sinceros, sin conocernos civilizatoriamente y sin posibilidades de construir realmente algo juntos, por fin algo juntos: vencedores y vencidos. Historias paralelas por fin fusionadas, historias por fin sincréticas o por fin mestizas de alguna manera.
La Paz, abril de 2016.