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Un pequeño niño de seis años le preguntó a su madre: “Por qué lloras, mamita”. A lo que ella secándose las lagrimas de las mejillas le respondió: “Porque soy mujer”. El niño le repuso confundido: “Pero, má… yo no entiendo…”. Su madre se inclinó hacia él y, abrazándolo, le dijo: “Hijo y nunca lo entenderás…”.
Más tarde, el niñito le preguntó a su padre: “Papi por qué mamá llora a veces sin ninguna razón”. A lo que el padre le contesto únicamente: “Todas las mujeres lloran siempre sin ninguna razón”.
Pasaron los años, el pequeño niño creció y se convirtió en todo un hombre, pero seguía preguntándose todavía por qué era que las mujeres lloraban, un día se arrodilló y le preguntó a Dios: “Padre Nuestro, por qué lloran tan fácilmente las mujeres”.
A lo que Dios le contesto: “Hijo mió, cuando hice a la mujer tenía que ser algo especial. Hice sus hombros lo suficientemente fuertes como para cargar el peso del mundo entero, pero a la misma vez lo suficientemente suaves como para confortar”.

Dios callo uno instantes y mirando fijamente a los ojos, del ahora hombre, prosiguió diciéndole: “Le di una inmensa fuerza interior para que pudiera soportar el dar a luz y hasta el rechazo que muchas veces proviene de sus propios hijos. Le di una dureza que le permite seguir adelante y cuidar a su familia, a pesar de las enfermedades y la fatiga, y sin quejarse aún cuando otros se rinden. Le di la sensibilidad para amar a un niño bajo cualquier circunstancia, aún cuando su niño la haya lastimado mucho. Esa misma sensibilidad que hace que cualquier tristeza, llanto o dolor del niño, desaparezca; y que le hace compartir las ansiedades y miedos de la adolescencia”.

Hizo una nueva pausa y tomando de las manos, al ahora hombre, le dijo: “Le di la fuerza suficiente para que pudiera perdonar a su esposo de sus faltas y la extraje de una de sus costillas, para que ella pudiera cuidar de su corazón. Le di sabiduría para saber que un buen esposo nunca lastimaría a su esposa y a veces le pongo pruebas para medir su fuerza y su determinación para mantenerse a su lado a pesar de todo”.

Finalmente Dios con la firmeza que lo caracteriza pero con un tono de voz melancólica acoto: “Le di las lágrimas, y son de ella exclusivamente para usarlas cuando las necesite. Es su única debilidad… es una lágrima por la humanidad…”.