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ERBOL/LA TERCERA
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Un día después de la apabullante derrota  de Dilma Rousseff en la Cámara de Diputados, luego que 367 de sus 513 miembros se pronunciaran a favor del impeachment de la mandataria, las portadas de los diarios brasileños inmortalizaron la imagen de su Vicepresidente durante la votación del 17 de abril.
Michel Temer aparecía sonriente en su despacho del Palacio de Jaburú, junto a otros políticos, al momento de conocer el veredicto de los diputados contra la petista.
Dirigente del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), Temer se distanció del Partido de los Trabajadores (PT), de Rousseff, después de que  Eduardo Cunha, presidente de la Cámara de Diputados, autorizara el inicio del proceso de juicio político contra la Presidenta, en diciembre.
Así, de haber estado siempre en un discreto segundo plano, con poca proyección nacional y con fama de conciliador, este abogado constitucionalista de 75 años se volvió blanco de la desconfianza de los brasileños.
Una desconfianza no sólo motivada por su calidad de líder del PMDB, un partido tan afectado como el PT por las investigaciones sobre el escándalo en Petrobras, sino también por las sospechas de corrupción que recaen sobre el propio político.
Según el diario O Globo, su nombre apareció por lo menos cuatro veces en las investigaciones desde el inicio de la Operación Lava Jato, en marzo de 2014.
Dos delatores en el proceso,  el senador Delcídio do Amaral y el empresario Julio Camargo, citan el nombre de Temer como “padrino” de los directores que operaban esquemas de sobornos en Petrobras, asegura Folha de Sao Paulo.
Pero esos antecedentes no han impedido que Temer aproveche la oportunidad que le ofrece el eventual impeachment de la mandataria.
Primero en la línea de sucesión de Rousseff, el líder del PMDB  ya negocia su futuro gobierno en la sombra, confiado en un pronto arribo al Palacio de Planalto.
Sintomática parece a estas alturas la reciente difusión de un audio -que él asegura fue divulgado por error- donde se le escucha dirigiéndose a los brasileños como si hubiera ya sido investido jefe del Estado.
Por ello Rousseff no ha dudado en catalogarlo de “conspirador” y “golpista”.
“Es claro que quedó la marca de una especie de patrocinador de un golpe de Estado, porque en la calle se ve que él (Temer) tiene más rechazo que la propia Dilma”, reiteró Jacques Wagner, ministro-jefe del gabinete personal de la Presidencia.