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Frío. En verdad que desde el inicio de esta semana en Tarija Cercado y sus demás provincias, así como en otras regiones de Bolivia hace frío, pero frío de verdad. Es que bajaron las temperaturas tan de repente y bruscamente que nos faltó epidermis y “todos” acudimos presurosamente al armario por más.
Frío. Y sin embargo, buenos tiempos para los que amamos el frío. El seco que nos recuerda que somos seres incompletos, el húmedo que nos hace tan permeables como el que más. Frío como el mejor y más antiguo detector de la vulnerabilidad humana. O peor aún, de clase social.
Frío. Porque por mucho que avancemos, el frío no elegido sigue siendo patrimonio de pobres. Pobreza energética lo llaman, por no llamarlo como realmente se llama: desigualdad. Una verdadera vergüenza para todos los que aún podemos abrigarnos tanto al amanecer como al anochecer.
Frío. Termómetro en caída libre en un país y en un departamento de temas políticos y sociales candentes. Pedazos de este toma y daca meteorológico, fotogramas de ciclo climático para descongelar. Porque parece que las estaciones son cada vez más cortas. Más repetidos los partes. En definitiva, un invierno que nos acabará quedando de lo más primaveral. Temperaturas inéditas de las que no existe registro escrito. Anuncios de que nos cargamos el planeta. Preparativos ancestrales para otro punto y final.
Frío. Y cuando decimos frío nos quedamos cortos. Porque hay otro frío que se añade al que vivimos estos últimos días del mes abril y al que se nos viene, y es el que jamás se va. Es el que nos pasa por dentro, del que poco o nada se habla, pero que es muchísimo más perjudicial. Es el frío de la falta de solidaridad para con nuestros prójimos. Es el frío glacial que trasmitimos cuando vemos a un anciano por las calles en mangas de camisa o a un niño en pantalones cortos.
Frío. Ese es el frío que provoca más muertes al año, el que deja a más gente a la intemperie… es el frío que nos hace dejar de ser seres verdaderamente civilizados.