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Bolivia, y especialmente Tarija, tiene una deuda pendiente con la lectura. La ciudadanía no acostumbra a leer y prefiere dedicar su tiempo a otras actividades. Que los tarijeños y los bolivianos prestaran poca atención a lectura hace dos décadas era comprensible teniendo en cuenta que las necesidades en un país en vías de desarrollo con casi la mitad de su población viviendo en el umbral son diferentes. Sin embargo, esos argumentos se desmoronan en el año 2016 con el desarrollo de las nuevas tecnologías e internet. El acceso a la literatura y la información está hoy al alcance de la inmensa mayoría de los ciudadanos, especialmente en los jóvenes cuya vida se desarrolla entre el mundo real y la virtual, por lo que la falta de hábitos de lectura no puede atribuirse a factores económicos. El placer por la lectura y el conocimiento hay que forjarlo y en esa adquisición de costumbres han de contribuir los distintos actores involucrados en la educación, es decir, padres, medios de comunicación, unidades educativas y sobre todo las casas de estudios superiores.
Los libros en Tarija son como aquellas tazas de té que regalan en los matrimonios, se sabe que están ahí pero pocas veces se les da uso. Lo demuestra la falta de librerías en la ciudad, la escasa asistencia a las bibliotecas y la obsolescencia de estás, la languidez literaria de la ciudad y sobre todo lo delata la ortografía expuesta en la cartelería de la ciudad y en las redes sociales. Pero además, esta dejadez ortográfica no es solo atribuible a personas con falta de formación sino que los licenciados, docentes o profesionales de la información, cuya principal herramienta es lenguaje, también adolecen de una mala ortografía. Algo inconcebible e impensable en otros lares.
En un país, en un departamento y en una ciudad que quieren crecer y desarrollarse no ayuda que la lectura, el conocimiento o la historia sean relegados a un segundo plano ya que como dice el escritor y periodista argentino Mempo Giardinelli “un pueblo que no lee está condenado a la extinción”. Es decir, un pueblo inculto es dócil y perfectamente manejable por aquellos que ostentan el poder por lo que los engaños, las argucias y el manejo irregular de los recursos públicos por parte de algunas autoridades serán más comunes si la sociedad no desarrolla una capacidad crítica. A lo mejor, es por eso que Tarija no existen a día de hoy políticas encaminadas a potenciar la cultura y el conocimiento. Las actividades que promocionen la lectura o la literatura son escasas y las bibliotecas que existen carecen de los recursos humanos y tecnológicos adaptados a los tiempos en los que vivimos.
Habrá quien diga que en tiempos de recesión económica hay que dar prioridad a otros aspectos más urgentes, aunque, tal vez a esas personas, o autoridades, se les escapa que la sociedad ha de cimentarse bajo los pilares de la educación y la sanidad. Pero el cambio de prioridades está en la manos de todos por lo que hoy, aprovechando que se conmemora el Día Internacional del Mundo, quizás sea una buena ocasión para regalar un libro y contribuir a la formación de la sociedad. Si el destinatario hace caso omiso de nuestra buena voluntad, al menos habremos contribuido a que la economía local, al menos la de un pequeño sector, salga por un día de su letargo.