Max Murillo Mendoza
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Todos coincidimos que son turbulentos tiempos en los que vivimos, y realmente como nunca antes nadie sabe exactamente hacia donde se encaminan los pasos del hombre o de las distintas civilizaciones. Después de la caída del muro de Berlín se suponía que el mundo entraría en una suerte de Pax Americana, junto a su economía y una globalización de las libertades como paquete democrático para todo el mundo. Pero más temprano que tarde, esos sueños o deseos anglosajones se derrumbaron por fuerza de sus propios errores: imposiciones imperiales y guerras por todo el mundo con nuevos enemigos: terrorismos, narcotráficos, inmigraciones ilegales, lavados de dineros oscuros, etc. Cuando se suponía que las nuevas tecnologías ya no necesitarían de recursos no renovables como el petróleo, paradójicamente los anglos propusieron guerras por el control del petróleo, o de otros recursos que fueron las excusas de la primera revolución industrial.
El desordenado mundo internacional ha sido desbordado por nuevas concepciones de la vida, por nuevos valores y visiones totalmente distintas de los que muchas generaciones habían compartido como colchones éticos, y descansos espirituales que tranquilizaban los escenarios de las preocupaciones filosóficas del hombre. Por ejemplo los compromisos políticos de avanzada eran nomás tomar partido por las siglas de la izquierda, en sus distintos matices y colores, desde los pequeñoburgueses hasta los más rudos y radicales. Incluso la iglesia latinoamericana compartía inquietudes respecto de la izquierda, y muchos de sus curas y monjas murieron torturados en las épocas de las dictaduras. Es decir, estaba claro y no había por donde perderse que el compromiso en la vida era por los demás. Eso tenía sentido. Lo ético también iba ligado a las teorías del hombre nuevo, como ejemplo un ChéGuevara o un Camilo Cien Fuegos, Pedro Basiana, Ernesto Cardenal y otros tantos ejemplos de coherencia entre lo que proclamaban y lo que en la práctica hacían. Los meta-discursos no tenían discusión. Todos estos elementos se han perdido, se han evaporado rápidamente después de la caída del muro de Berlín.
El turbulento mundo en el que nos movemos no tiene piedad alguna, con sus aguas globalizadoras, de quiénes pertenecen a aquellas épocas nostálgicas de los compromisos por los demás y de quiénes les vale un comino esos moldes nostálgicos, porque el individualismo y el existismo del modelo capitalista es un enorme agujero negro que se traga a todos por igual. Los nuevos valores que todavía están en transición no acaban de llenar por completo las visiones de las nuevas generaciones. En todo caso las tendencias son claras: no hay más compromiso por los demás y un extraño individualismo extremo ha reemplazado, como valor más importante, en las juventudes de todo el mundo. El sálvense quién pueda es la consigna que nutre las visiones de las ideologías.
Sin embargo, creo prudente más allá de mi ingenuidad seguir escarbando las raíces de la filosofía para salvar a estas épocas turbulentas en donde todo vale, y donde la impunidad se está comiendo lo cotidiano de las nuevas generaciones. Aquí recuerdo con total nitidez a educadores preclaros que realmente han sido baluartes de todas las generaciones. Me refiero al gran educador y cura Pedro Basiana. Sólo pasé seis meses de mi vida con ese maestro, y fue lo suficiente para que algo haya brotado en mis preguntas cotidianas. Muchas veces las respuestas más importantes están en el pasado. Y es cierto que también muchas de las veces, los discípulos no son la garantía de la herencia del maestro. La vida es así de dura. Pedro Basiana era el estandarte de la coherencia máxima y exigente, con sus ejemplos cotidianos de ser para los demás y cuidar las palabras para que no se extravíen en los discursos y realmente reflejen las prácticas. Esa voluntad de hierro que ni la muerte puede destruir, sigue siendo un ejemplo ante las confusiones y extravíos existenciales actuales. Ejemplos que van más allá de las ideologías, de las modas filosóficas como el post-modernismo o de las posturas políticas cada vez más difusas como engañosas.
Basiana era un hombre marcado por su tiempo: la guerra civil española y las penurias de lo trágico de aquellos acontecimientos. La miseria y el hambre de su niñez le llamaron precisamente a una entrega de su vida a las causas de los más pobres y marginados de este mundo. Aquellas violencias sufridas de niño no le condujeron a ser guerrillero o terrorista, sino profeta de la educación, que mediante pedagogía transmitiera los valores de los compromisos por una sociedad nueva, precisamente sin explotados ni explotadores. Y cuánta falta hacen esos Basianas en este mundo cada vez más enfermo de impunidad y poder. En fin.
Coherencia, coherencia hasta entregar la vida misma. Y Basiana la entregó muy joven. Coherente con lo que vivió, sintió, actuó y habló. Ese Pedro que en la distancia y los años creo que es cada vez más necesario, en un mundo turbulento y sin sentido de existencia o al menos en búsqueda de otros valores que sigan contemplando a los pobres, a los excluidos de la existencia digna, para un morar en la tierra con algo de poesía.
En junio recordaremos a ese educador y ejemplo de coherencia. Sus discípulos se quedaron demasiado cortos para semejante faro; pero al menos desde la humanidad demasiado humana, recordemos queexistieron esos seres ejemplos de entrega total, sin cálculos mezquinos ni materiales para buscar realizaciones existenciales con mucho sentido.