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Raúl Pino-Ichazo Terrazas

(Abogado Corporativo. Postgrado en Arbitraje y Conciliación, doctor Honoris Causa)

El contenido de vida que se refleja en las diferentes circunstancias de la vida del hombre, con superlativa relevancia actual debido a  la problemática de las drogas, es un  elemento, acorde a su etimología, que solo puede activarse mientras haya sustancia en el fondo y en la forma que corporice el argumento de la realidad. El contenido es inhóspito porque no existe sin realidad y la sustancia que hace al contenido es, sin duda, una de las tareas más difíciles  de los humanos, pues sobreviene progresivo, lento pero firme, constituyendo la estructura espiritual que establece la diferencia en el vivir cotidiano.

La sed de sustancia del contenido no es autónoma, por el contrario, requiere de una asimilación de valores y su comprensión y, más aun, vivir con ellos, hasta engrandecerlos por la interrelación humana que genera su peso específico. De la atención y cuidado cotidiano que se le asigne al progresivo incremento del peso específico del contenido depende el rumbo de la vida, la estabilidad emocional, psíquica y la riqueza espiritual. Con un contenido de vida elaborado con estoicismo, percepción continua de la educación y disciplina indeclinables, es improbable caer en el vicio del consumo y adicción a las drogas y en cualquier otro desvió, pues los valores imponen su presencia y conducen a una decisión correcta y definitiva sobre los peligros constantes de cualquier adicción.

El contenido de vida, se decía, por su característica subjetiva, que no es mensurable en calidad ni en cantidad, sino en la conflictividad dialéctica que produce en las personas, reflejadas en las acciones y obras, perceptibles y materiales que afirman su proceso e irrefutable existencia. Todos los seres humanos que, desde muy niños perciben esa lucha interior por determinar la bondad o malicia de las acciones externas, han iniciado el proceso de identificación del contenido, que se nutre con la adquisición de educación y las experiencias personales, tornándolas cada vez más conflictivas en proporción a los conocimientos, el desarrollo mental, el discernimiento y, a la propia propensión de la persona de identificar al bien.

Son las fortalezas interiores que cada uno elabora artesanalmente, expresado coloquialmente, con las posibilidades de constante perfectibilidad, que confieren una incesante actividad a los procesos  del pensamiento, impelidos por la educación y la experiencia, las cuales unidas a la fuerza de los valores estructuran y consolidan el contenido de vida de los humanos. Empero, existe, deplorablemente, la alternativa de acallar o silenciar, nunca del todo, este proceso. Este es el punto de inflexión y momento crucial en la vida de las personas, donde, si se renuncia a la lucha por la elaboración y fijación definitivas de un contenido de vida, el desenlace será terrible.

Las drogas con su efecto de evasión temporal y la porfía en la justificación existencial de un derecho a la elección de una vida sin responsabilidades ni deberes, que desactiva y relaja a la voluntad como aplaca a la conciencia, además de destruir la objetividad de la vida, no podrán, sino difícilmente, corromper a seres humanos con contenido de vida y arrastrarlos al consumo y a la adicción en su diferentes grados. Por esta causa incontrastable es que las drogas atacan a los niños y adolescentes, por el proceso progresivo de elaboración del contenido de vida en que se encuentran, entonces, la capacidad de educar y formar de los padres en el hogar y de los maestros, educadores y catedráticos en los centros de enseñanza son vitales ante este ominoso peligro, pues cumplen dos objetivos trascendentales: se acomete sin pausas la tarea educativa  y de prevención, que significa puntualmente adelantarse a hechos sobrevinientes, y se impulsa el desarrollo del contenido de vida.