Manfredo Kempff Suarez
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Aunque Luiz Inácio Lula da Silva le cedió de manera gentil – o como un obsequio peligroso – el liderazgo del populismo latinoamericano a Hugo Chávez, el Brasil de los últimos quince años no puede excusarse de haber sido, Foro de San Pablo de por medio, la gran inspiración de los socialistas del siglo XXI, seduciendo a cuantos mandatarios buscaban la sombrilla amplia para hacer una política abiertamente anticapitalista, es decir antiestadounidense.
Lula se dio cuenta de que el personaje perfecto para arremeter contra EE.UU. – porque tenía todas las condiciones histriónicas – era Chávez, y lo dejó operar con libertad, salvándose de tener encontronazos frecuentes, que no le convenían, con la primera potencia del mundo. Desde luego que tanto Lula, como su sucesora Rousseff, apoyaron a los populistas bolivarianos agrupados en el ALBA, pero – como también los Kirchner – no quisieron jugarse el pellejo por Chávez, ni por sus seguidores como Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros.
No obstante, la descomposición del gobierno liderado por el Partido de los Trabajadores (PT) estaba surgiendo desde sus mismas entrañas – como el kirchnerismo y el masismo – y de improviso saltaron a la luz las peores denuncias de corrupción, que acabaron por colmar la paciencia de la nación. Los negociados multimillonarios que se descubrieron con Petrobras y otras empresas brasileñas, debilitaron, hasta el raquitismo, a la presidenta Dilma Rousseff y la gran marea negra alcanzó de lleno al hasta entonces impoluto Lula. Muchedumbres se echaron a las calles pidiendo la renuncia de la señora Rousseff y, cómo no, también la cabeza de su mentor.
Hoy, con la retirada del gobierno del vicepresidente Michel Temer y del poderoso Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la presidente Dilma Rousseff, al perder a su principal aliado, está expuesta a un proceso de destitución, lo que, de suceder, llevaría a Temer a la primera magistratura de Brasil hasta que culmine la gestión constitucional en el 2018. Rousseff no quiere ser echada al foso de los leones y está en plenas negociaciones políticas para salvar su mandato, haciendo, además, todo lo posible para proteger a Lula.
Con lo sucedido en Argentina luego de la derrota de Cristina Kirchner y antes con la paliza electoral que recibió Maduro en las elecciones parlamentarias, los socialistas del siglo XXI están en caída libre. Rafael Correa echó un pie atrás, oportunamente, en su propósito de eternizarse como presidente de Ecuador, y en nuestro país el oficialismo fue vencido en el referéndum donde los masistas, en el colmo del descaro, quisieron postular para un cuarto período presidencial consecutivo, dentro de cuatro años, a S.E. A él, que se sentía amado por las multitudes y lo anunciaba a los cuatro vientos, se le dio una lección que se resiste a aceptar.
Cuba está silenciosa y no quiere que se quemen los bollos en la puerta del horno. Macri ha tomado firmemente las riendas en Argentina. Brasil espera con ansiedad lo que suceda en los próximos días que podría concluir con la señora Rousseff reemplazada por Temer o con elecciones anticipadas. Si Brasil, Argentina y Cuba se alejan del anémico discurso populista, el sustento de las naciones que abrazaron el bolivarianismo chavista ha hecho aguas. Quedan, maltrechos, sufridos, Maduro, Correa, Ortega, además de los mandatarios anglófonos que habitan las islas caribeñas, y por supuesto S.E.
Sin un cálculo político adecuado, sin una brújula de la Cancillería que le señalara la realidad, S.E. pidió que se convocara una Cumbre de la Unión de Naciones Americanas (UNASUR), en respaldo de la señora Rousseff. Resultó una pifia diplomática total que no se ha comentado mucho en Bolivia. Venezuela y Ecuador apoyaron el pedido de S.E. y del resto de los miembros se obtuvo un silencio de cementerio. Sólo Paraguay habló claro, pero fue para oponerse a la tal Cumbre. UNASUR ha dejado de ser la caja de resonancia de los gobiernos populistas y tal vez los días de sobrevivencia del organismo estén contados ahora que el populismo ha caído en el mayor de los descréditos.
Lo que suceda en Brasil en las próximas semanas será un anticipo para el futuro de los presidentes que llegaron al mando en hombros del pueblo y que lo defraudaron. Lo grave es que además de engañar a las multitudes esperanzadas en mejores días, les pidieron más poder, más tiempo, más paciencia, y las masas se lo negaron porque ya no quieren oír las mismas cosas ni ver las mismas caras. El ciclo populista se agota irremediablemente.